La Última Esclava de Carora.

 El proceso de abolición de la esclavitud de los afro descendientes en Venezuela fue arduo y complejo. Cientos de rebeliones y alzamientos pusieron de manifiesto las contradicciones de una sociedad injusta y el deseo irrenunciable de ser libres. Formalmente se inicial con la proclama de Bolívar en la expedición de Los Cayos donde ofrecía la libertad a los esclavos que se sumaran a la causa patriótica. Luego vendrá la Aprobación de la Ley de Libertad de Vientre, por el Congreso de Cúcuta en julio de1821, las leyes de Manumisión de 1830 y la de 1848, hasta que con la Ley de Abolición de la Esclavitud  del 24 de marzo de 1854 queda formalmente abolida. Pero será con el Reglamento de esa Ley, sancionado por José Gregorio Monagas apenas seis días más tarde que se le da operatividad al proceso de liberación.

       Para mediados del decimonónico, La población esclavizada en el Cantón de Carora  (Aregue, Arenales, Baragua, Carora, Río Tocuyo y Siquisique) era muy escasa debido a la ausencia de grandes plantaciones y de minas. Estaba incorporada en su mayoría a los  trabajos artesanales y domésticos. A mediados de la década de 1850, la Provincia de Barquisimeto tenía, aproximadamente, 712 esclavos y el cantón Carora tenía 209. Solo la posesión de El Montón, Burere, poseía más de 150 esclavos, en su mayoría de la etnia Taré.
      En el Reglamente de la Ley de Abolición de 1854 se  establecían las formalidades y procedimientos que debían seguir los amos  para que el Estado les indemnizara de acuerdo a los esclavos liberados. Dicho instrumento legal  creó toda una estructura administrativa para tal fin: La Junta Suprema de Abolición, en Caracas; Juntas Superiores, en la s Provincias, y Juntas Subalternas de Abolición en los cantones. Como todas las cosas en Venezuela, la puesta en práctica de esa ley se hizo con muchas irregularidades y “tramposerías”. No faltó quien presentara documentos “chimbos” o esclavos inexistentes para arrancarle una buena tajada a la maltrecha hacienda pública. Para defender sus intereses los esclavistas crearon, en 1855, la Junta de Tenedores de Vales de Abolición, un poderoso grupo de presión  que pretendía cobrar la deuda de manera inmediata y a un rédito del 12 %. Del lado de los afrodescendientes fue necesario varios levantamientos para impedir que se torpedeara la  aplicación de la Ley.

     Dentro de este contexto nacional en Carora, el Primero de agosto de 1855, se registra un Documento donde los herederos de Blas del Barrio ratifican la propiedad de una esclava llamada María a la viuda Doña  Juana Josefa Gaona. Con este documento la propietaria acudió a la Junta Subalterna de Abolición con el fin de que el Estada la indemnizara. El documento de registro, presentado por ante el Registrado José R. Jiménez,  costó 12 reales los cuales, según la Ley de Abolición, debían ir a  un fondo para costear la indemnización.

     La esclava María Barrios, era hija de la esclava María  Antonia Barrios, propiedad del de cujus Blas Barrio. Había nacido el 17 de febrero de 1819. Para el momento del registro, dicha esclava tenía 36 años de edad de lo que se infiere que debió tener un precio en el mercado esclavista de 230 pesos, pero el estado venezolano debió pagarla a 300 pesos.   Para esa fecha se registran  muchos documentos donde “propietarios” de esclavos otorgan poder a jurisconsultos de la República para que los representes en los negocios del cobro de las indemnizaciones por concepto de abolición.

         María Barrios, esclava de 36 años, propiedad de Dona Juana Gaona, por herencia de su esposo Blas del Barrio, fue la última persona en regístrasele como esclava en el cantón de Carora. Aquellos afro descendientes que posterior a la aprobación de la Ley de Abolición de la Esclavitud habían aun quedado en un limbo jurídico y acosados por sus antiguos amos quedaron definitivamente libres con el estallido de la revolución que comando el general Ezequiel Zamora que con justeza se la ha llamado Comandante de Hombres Libres. Hoy en su nombre abusan desde las altas esferas del poder. ¡Cosas veredes, Sancho! Dijo el hidalgo caballero de La Mancha.

Los Espantos de Carora.

Carora, como toda ciudad católica regida moralmente por los principios del siglo XIII, desde sus orígenes mismos, sufrió los embates de los espantos, ánimas penitentes, seretones y toda una serie de entelequias paranormales.  Desde los años fundacionales se tienen noticias de la aparición del mismo Diablo a un sacristán llamado Pedro de Hungría quien sería el primer el ser asustado por el Diablo de Carora. Muchos espantos debieron ver o percibir las hermanas Juanita e Inés de Hinojosa, adúlteras y asesinas;  Don Pedro de Aviles, vicioso y traficante; Juana Torralba, cocinera, marañona y bruja; y el mismo Salamanca, genocida (Chávez dixit) y mentiroso.
             Gran furor debió causar en toda la pequeña y beata ciudad lo acontecido la mañana del 13 de mayo de 1781, cuando Don Luis Francisco Álvarez y Oviedo, Justicia Mayor de la ciudad, presenció que siete monjes velaban el cadáver de un hombre en la Iglesia Mayor. Al afinar la visión Álvarez y Oviedo, pudo constatar que el muerto era el mismo.  Después de dar a conocer la “noticia” a sus allegados, se confesó como prescribe la Santa Iglesia en estos casos, e hizo  lo que le recomendó el superior del Convento de Santa Lucia. Al día siguiente ya a las diez de la mañana, Don Luis estaba muerto. Después de ello siguió una sobredosis de rezos y penitencias. Alvares y Oviedo vivía a la sazón en la casa de balcón de la calle Comercio esquina de la Carabobo. Esta casa se ha conocido con los nombres de casa de Los Adivinos y Casa del Agachao.   Hermán Pernalete Madrid que es muy sensible a los fenómenos paranormales fue espantado más de una vez  cuando recién casado le tocó vivir allí.
     Muy próximo a la casa de Los Adivinos, hacía el oeste, donde hoy funciona Laboratorio Chami, existió una vieja casa que en tiempos remotos se decía era el lugar con mayor presencia de espantos.  A mediados de 1962, como consecuencia de la audiencia de extraños y tenebrosos ruidos metálicos sus moradores excavaron profundas fosas en búsqueda de un “bendito (o maldito?) dinero enterrado. Pero en lugar de tan deseado oro cochano solo se encontraron media docena de osamentas de niños. Para la fecha la casa era habitada por una costurera de Coro, Doña Cándida López. Aunque la familia López dijo no haber encontrado dinero enterrado quedó la duda porque su hijo Aníbal, el ajedrecista, logró comprar uno de los carros último modelo que aún conserva. En general, alrededor de La casas de Los Adivinos los caroreños sintieron siempre la presencia de almas penitentes. Por allí quedaba la Cárcel Real y el primer Hospital de la ciudad. Muchos buenos cristianos, de seguro, de vieron morir torturados por las fuerzas del orden y otros tantos abandonaron este mundo sin confesión. Esos hombres así muertos dejan sus almas en penitencia merodeando y perturbando el mundo de los vivos.

            Muchos y muy perturbadores espantos sentían los caroreños que de noche caminaban por el camino hacia Aregue. A la altura de El Rosario los más antiguos afirman haber escuchado el vaciado de monedas metálicas. Tal espanto solo desaparecía con la profusión de insolencia y malas palabras.

     Cuando allá por 1920 empieza a consolidarse Pueblo Nuevo, hoy Barrio Torrellas, hacía las nuevas coordenadas de aquel nuevo espacio vital se mudaron también los viejos espantos de El Calvario, del rectángulo principal de la ciudad, Lomo e Perro, El Taquito, etc. Así entonces los primeros pobladores del Torrellas fueron víctimas del terror que infundía bien el Espanto de la Hamaca y el Espanto de las Playas del Río.  El primero azotaba a arrieros y cazadores, siempre tirados a guapos y arrechos. Salía  por los lados de Campo Lindo, Tierritas Blancas y El Chuquito. El Cazador o el arriera veían que dos figuras humanas transportaban a otro dentro de una gran hamaca, simulando algún enfermo. Cuando el cazador preguntaba “y a quien llevan ahí? Una diabólica voz  le respondía “llevamos a fulano” coincidiendo el nombre con el de quien había preguntado.  
    A la margen derecha del Morere, en las noches, se escuchaban pisadas sobres las ramas y hojas secas.  Este al parecen era un espanto chaperón o pajudo, como dicen hoy, pues le salía a las jóvenes parejas que se iban a entregar a los brazos de Afrodita.

    Contaba Don Chimo Mogollón, el torrellero con record de longevidad, vivió 125 años, que por la hoy calle Ramón Pompilio Oropeza solía pasar a altas horas de la noche una “carreta” o mejor dicho se oía el ruido característico de una carreta que se dirigía hacia los lados de Campo Lindo. Tal “artefacto” al parecer venía de los lados de la “ciudad”. Igual se dice que para la misma época, años 20 - 50, se sentía pasar una puerca gruñona. Se le veía salir de las inmediaciones de la casa de Los Curieles, atravesaba El Torrellas, tornaba hacía el sur-oeste hasta perderse donde hoy tiene levantada la casa la profesora Libia Suárez, en Lito Arenas.
    Pero los terrelleros también eran (o son’) espantados cuando salían de su barrio. Arrieros y cazadores más de una vez fueron asustados en el trayecto que se recorre entre Campo Lindo a Gordillo, pero sobre todo en el tramo de la Playa de Pérez. Cuentas los viejos que por allí las mulas se inmovilizaban y no había espuelazo ni  fuerza humana que la hiciera mover. Tal extraña situación sólo era superada con rezos, oraciones y padres nuestros. Hasta los cazadores comunistas se han asustado en las silenciosas noches de cacería donde varias veces hasta las rastras de los caminos han desaparecido para aparecer ya con la luz de la mañana. Vale Mario, Arturo Querales y Valentín Ferrer más de una vez sintieron la extraña presencia de tales espantos.
       Otras versiones sostienen que en el callejón Las Tres Torres, detrás de la Planta Eléctrica, se oía llorar a una mujer; La Llorona. “…Y por hay si viven flojos” dice un cronista que pidió el anonimato.
     La Mujer Blanca era un espanto ubicuo; se le sentía por los lados de El Terreno, de Campo Lindo, por el Centro Torrellas. Desde éste espantó a Estrella Pérez, en 1971, cuando a altas horas de la noche estudiaba la teoría de la Doble Hélice del ADN de Watson y Crick. Yepez  dice que ya no siente nada. 
    Muchas casas solían enterrar, previa bendición, una cruz   para ahuyentar la presencia de la Mujer Blanca. Los que pasan del medio cupón (50 años) recuerdan la cruz del solar de la casa de Mera, en la calle Las Brisas,  la de la casa de Marlen Duno, en la Torrellas,  en el Centro Torrellas (que tiene doble propósito). El Torrellas estaba sembrado de cruces anti Mujer Blanca como está sembrada la frontera israelí de batería antiaéreas. Por supuesto en la época cuando salía La Llorona o cualquier espanto nadie o casi nadie se acostaban después de las nueve de la noche.     
Más cercano en el tiempo son “otros” espantos o en todo caso sus versiones modernas.  Allá por 1962, cuando venía de la Plaza Bolívar, el joven  Juan José Salazar, hoy dedicado  a estudiar los huesos de los muertos más antiguos, vio a una bella mujer que a medida que trascurría el tiempo se iba engrandeciendo. La vio muy cerca de su casa de la Contreras. “Por ese pedacito” se siente unas vainas extrañas”, nos dijo una vez Gonzalo Crespo; que de eso sabe.
             Los seretones o entes como se les llama en la cultura nórdica no son propiamente espantos (aunque que espanten). Pertenecen a una categoría especial de fenómeno paranormal. Estamos  ”torturando”   algunos informantes para tratar de escribir  sobre ellos en Carora.