La Última Esclava de Carora.

 El proceso de abolición de la esclavitud de los afro descendientes en Venezuela fue arduo y complejo. Cientos de rebeliones y alzamientos pusieron de manifiesto las contradicciones de una sociedad injusta y el deseo irrenunciable de ser libres. Formalmente se inicial con la proclama de Bolívar en la expedición de Los Cayos donde ofrecía la libertad a los esclavos que se sumaran a la causa patriótica. Luego vendrá la Aprobación de la Ley de Libertad de Vientre, por el Congreso de Cúcuta en julio de1821, las leyes de Manumisión de 1830 y la de 1848, hasta que con la Ley de Abolición de la Esclavitud  del 24 de marzo de 1854 queda formalmente abolida. Pero será con el Reglamento de esa Ley, sancionado por José Gregorio Monagas apenas seis días más tarde que se le da operatividad al proceso de liberación.

       Para mediados del decimonónico, La población esclavizada en el Cantón de Carora  (Aregue, Arenales, Baragua, Carora, Río Tocuyo y Siquisique) era muy escasa debido a la ausencia de grandes plantaciones y de minas. Estaba incorporada en su mayoría a los  trabajos artesanales y domésticos. A mediados de la década de 1850, la Provincia de Barquisimeto tenía, aproximadamente, 712 esclavos y el cantón Carora tenía 209. Solo la posesión de El Montón, Burere, poseía más de 150 esclavos, en su mayoría de la etnia Taré.
      En el Reglamente de la Ley de Abolición de 1854 se  establecían las formalidades y procedimientos que debían seguir los amos  para que el Estado les indemnizara de acuerdo a los esclavos liberados. Dicho instrumento legal  creó toda una estructura administrativa para tal fin: La Junta Suprema de Abolición, en Caracas; Juntas Superiores, en la s Provincias, y Juntas Subalternas de Abolición en los cantones. Como todas las cosas en Venezuela, la puesta en práctica de esa ley se hizo con muchas irregularidades y “tramposerías”. No faltó quien presentara documentos “chimbos” o esclavos inexistentes para arrancarle una buena tajada a la maltrecha hacienda pública. Para defender sus intereses los esclavistas crearon, en 1855, la Junta de Tenedores de Vales de Abolición, un poderoso grupo de presión  que pretendía cobrar la deuda de manera inmediata y a un rédito del 12 %. Del lado de los afrodescendientes fue necesario varios levantamientos para impedir que se torpedeara la  aplicación de la Ley.

     Dentro de este contexto nacional en Carora, el Primero de agosto de 1855, se registra un Documento donde los herederos de Blas del Barrio ratifican la propiedad de una esclava llamada María a la viuda Doña  Juana Josefa Gaona. Con este documento la propietaria acudió a la Junta Subalterna de Abolición con el fin de que el Estada la indemnizara. El documento de registro, presentado por ante el Registrado José R. Jiménez,  costó 12 reales los cuales, según la Ley de Abolición, debían ir a  un fondo para costear la indemnización.

     La esclava María Barrios, era hija de la esclava María  Antonia Barrios, propiedad del de cujus Blas Barrio. Había nacido el 17 de febrero de 1819. Para el momento del registro, dicha esclava tenía 36 años de edad de lo que se infiere que debió tener un precio en el mercado esclavista de 230 pesos, pero el estado venezolano debió pagarla a 300 pesos.   Para esa fecha se registran  muchos documentos donde “propietarios” de esclavos otorgan poder a jurisconsultos de la República para que los representes en los negocios del cobro de las indemnizaciones por concepto de abolición.

         María Barrios, esclava de 36 años, propiedad de Dona Juana Gaona, por herencia de su esposo Blas del Barrio, fue la última persona en regístrasele como esclava en el cantón de Carora. Aquellos afro descendientes que posterior a la aprobación de la Ley de Abolición de la Esclavitud habían aun quedado en un limbo jurídico y acosados por sus antiguos amos quedaron definitivamente libres con el estallido de la revolución que comando el general Ezequiel Zamora que con justeza se la ha llamado Comandante de Hombres Libres. Hoy en su nombre abusan desde las altas esferas del poder. ¡Cosas veredes, Sancho! Dijo el hidalgo caballero de La Mancha.

Los Espantos de Carora.

Carora, como toda ciudad católica regida moralmente por los principios del siglo XIII, desde sus orígenes mismos, sufrió los embates de los espantos, ánimas penitentes, seretones y toda una serie de entelequias paranormales.  Desde los años fundacionales se tienen noticias de la aparición del mismo Diablo a un sacristán llamado Pedro de Hungría quien sería el primer el ser asustado por el Diablo de Carora. Muchos espantos debieron ver o percibir las hermanas Juanita e Inés de Hinojosa, adúlteras y asesinas;  Don Pedro de Aviles, vicioso y traficante; Juana Torralba, cocinera, marañona y bruja; y el mismo Salamanca, genocida (Chávez dixit) y mentiroso.
             Gran furor debió causar en toda la pequeña y beata ciudad lo acontecido la mañana del 13 de mayo de 1781, cuando Don Luis Francisco Álvarez y Oviedo, Justicia Mayor de la ciudad, presenció que siete monjes velaban el cadáver de un hombre en la Iglesia Mayor. Al afinar la visión Álvarez y Oviedo, pudo constatar que el muerto era el mismo.  Después de dar a conocer la “noticia” a sus allegados, se confesó como prescribe la Santa Iglesia en estos casos, e hizo  lo que le recomendó el superior del Convento de Santa Lucia. Al día siguiente ya a las diez de la mañana, Don Luis estaba muerto. Después de ello siguió una sobredosis de rezos y penitencias. Alvares y Oviedo vivía a la sazón en la casa de balcón de la calle Comercio esquina de la Carabobo. Esta casa se ha conocido con los nombres de casa de Los Adivinos y Casa del Agachao.   Hermán Pernalete Madrid que es muy sensible a los fenómenos paranormales fue espantado más de una vez  cuando recién casado le tocó vivir allí.
     Muy próximo a la casa de Los Adivinos, hacía el oeste, donde hoy funciona Laboratorio Chami, existió una vieja casa que en tiempos remotos se decía era el lugar con mayor presencia de espantos.  A mediados de 1962, como consecuencia de la audiencia de extraños y tenebrosos ruidos metálicos sus moradores excavaron profundas fosas en búsqueda de un “bendito (o maldito?) dinero enterrado. Pero en lugar de tan deseado oro cochano solo se encontraron media docena de osamentas de niños. Para la fecha la casa era habitada por una costurera de Coro, Doña Cándida López. Aunque la familia López dijo no haber encontrado dinero enterrado quedó la duda porque su hijo Aníbal, el ajedrecista, logró comprar uno de los carros último modelo que aún conserva. En general, alrededor de La casas de Los Adivinos los caroreños sintieron siempre la presencia de almas penitentes. Por allí quedaba la Cárcel Real y el primer Hospital de la ciudad. Muchos buenos cristianos, de seguro, de vieron morir torturados por las fuerzas del orden y otros tantos abandonaron este mundo sin confesión. Esos hombres así muertos dejan sus almas en penitencia merodeando y perturbando el mundo de los vivos.

            Muchos y muy perturbadores espantos sentían los caroreños que de noche caminaban por el camino hacia Aregue. A la altura de El Rosario los más antiguos afirman haber escuchado el vaciado de monedas metálicas. Tal espanto solo desaparecía con la profusión de insolencia y malas palabras.

     Cuando allá por 1920 empieza a consolidarse Pueblo Nuevo, hoy Barrio Torrellas, hacía las nuevas coordenadas de aquel nuevo espacio vital se mudaron también los viejos espantos de El Calvario, del rectángulo principal de la ciudad, Lomo e Perro, El Taquito, etc. Así entonces los primeros pobladores del Torrellas fueron víctimas del terror que infundía bien el Espanto de la Hamaca y el Espanto de las Playas del Río.  El primero azotaba a arrieros y cazadores, siempre tirados a guapos y arrechos. Salía  por los lados de Campo Lindo, Tierritas Blancas y El Chuquito. El Cazador o el arriera veían que dos figuras humanas transportaban a otro dentro de una gran hamaca, simulando algún enfermo. Cuando el cazador preguntaba “y a quien llevan ahí? Una diabólica voz  le respondía “llevamos a fulano” coincidiendo el nombre con el de quien había preguntado.  
    A la margen derecha del Morere, en las noches, se escuchaban pisadas sobres las ramas y hojas secas.  Este al parecen era un espanto chaperón o pajudo, como dicen hoy, pues le salía a las jóvenes parejas que se iban a entregar a los brazos de Afrodita.

    Contaba Don Chimo Mogollón, el torrellero con record de longevidad, vivió 125 años, que por la hoy calle Ramón Pompilio Oropeza solía pasar a altas horas de la noche una “carreta” o mejor dicho se oía el ruido característico de una carreta que se dirigía hacia los lados de Campo Lindo. Tal “artefacto” al parecer venía de los lados de la “ciudad”. Igual se dice que para la misma época, años 20 - 50, se sentía pasar una puerca gruñona. Se le veía salir de las inmediaciones de la casa de Los Curieles, atravesaba El Torrellas, tornaba hacía el sur-oeste hasta perderse donde hoy tiene levantada la casa la profesora Libia Suárez, en Lito Arenas.
    Pero los terrelleros también eran (o son’) espantados cuando salían de su barrio. Arrieros y cazadores más de una vez fueron asustados en el trayecto que se recorre entre Campo Lindo a Gordillo, pero sobre todo en el tramo de la Playa de Pérez. Cuentas los viejos que por allí las mulas se inmovilizaban y no había espuelazo ni  fuerza humana que la hiciera mover. Tal extraña situación sólo era superada con rezos, oraciones y padres nuestros. Hasta los cazadores comunistas se han asustado en las silenciosas noches de cacería donde varias veces hasta las rastras de los caminos han desaparecido para aparecer ya con la luz de la mañana. Vale Mario, Arturo Querales y Valentín Ferrer más de una vez sintieron la extraña presencia de tales espantos.
       Otras versiones sostienen que en el callejón Las Tres Torres, detrás de la Planta Eléctrica, se oía llorar a una mujer; La Llorona. “…Y por hay si viven flojos” dice un cronista que pidió el anonimato.
     La Mujer Blanca era un espanto ubicuo; se le sentía por los lados de El Terreno, de Campo Lindo, por el Centro Torrellas. Desde éste espantó a Estrella Pérez, en 1971, cuando a altas horas de la noche estudiaba la teoría de la Doble Hélice del ADN de Watson y Crick. Yepez  dice que ya no siente nada. 
    Muchas casas solían enterrar, previa bendición, una cruz   para ahuyentar la presencia de la Mujer Blanca. Los que pasan del medio cupón (50 años) recuerdan la cruz del solar de la casa de Mera, en la calle Las Brisas,  la de la casa de Marlen Duno, en la Torrellas,  en el Centro Torrellas (que tiene doble propósito). El Torrellas estaba sembrado de cruces anti Mujer Blanca como está sembrada la frontera israelí de batería antiaéreas. Por supuesto en la época cuando salía La Llorona o cualquier espanto nadie o casi nadie se acostaban después de las nueve de la noche.     
Más cercano en el tiempo son “otros” espantos o en todo caso sus versiones modernas.  Allá por 1962, cuando venía de la Plaza Bolívar, el joven  Juan José Salazar, hoy dedicado  a estudiar los huesos de los muertos más antiguos, vio a una bella mujer que a medida que trascurría el tiempo se iba engrandeciendo. La vio muy cerca de su casa de la Contreras. “Por ese pedacito” se siente unas vainas extrañas”, nos dijo una vez Gonzalo Crespo; que de eso sabe.
             Los seretones o entes como se les llama en la cultura nórdica no son propiamente espantos (aunque que espanten). Pertenecen a una categoría especial de fenómeno paranormal. Estamos  ”torturando”   algunos informantes para tratar de escribir  sobre ellos en Carora.

La Venganza de Vulcano.

En la antigua  Roma los hoplitas que en la guerra se especializaban en lanzar flechas con fuego y de apagar el fuego enemigo tenían a Vulcano, Dios del Fuego, como su dios Protector. Vulcano equivalía al Hefesto de los Griegos.  Cuando la Cristiandad se impone sobre Europa, se abandonan los dioses paganos y ahora “primitivos bomberos” o “apaga  fuegos” adoptaron a San Florián, soldado romano cristiano; santo de los deshollinadores y los bomberos .  Pero en Venezuela, por esas razones de la refracción cultural, el  Patrono de los Héroes de Azul es San Juan de Dios. Su festividad es 8 de marzo. Soldado español, pastor y hombre de bien. (Montemoro 8 de marzo de 1495- Granada 8 de marzo de 1550). Fundador de la Orden de los Hermanos Hspitalarios y cuya personalidad se caracterizó por la sensibilidad hacia los desfavorecidos.
Los bomberos como cuerpo organizado por el Estado es una creación de la sociedad  industrializada. Adquirió cuerpo y estructura casi simultáneamente en Norteamérica y Europa  a comienzos del siglo XIX. En Venezuela la institución bomberil florece e inicialmente se consolida con la aparición de la industria petrolera.
El Cuerpo de Bomberos de Carora, se nació en las condiciones más adversas que pueda enfrenar institución pública alguna. Las dos primeras décadas los bomberos solo se comieron las verdes.  Nació prácticamente sin auxilio económico de las instituciones públicas, pero lo que si había de sobra en ese cuerpo que estaba por nacer era tenacidad, amor al prójimo y una irreductible vocación de servicio; valores que caracterizaron al santo que los protege y aún siguen presentes en los bomberos de las últimas generaciones. 
La iniciativa de crear un Cuerpo de Bomberos Voluntarios en Carora vino de  reducido grupo de Bomberos adscritos al Cuerpo de Bomberos de Iribarren, Barquisimeto: el Distinguido Juan J. Jiménez Silva, el Cabo Primero Sabas Pérez y  el Cabo Primero Vicencio Sequera quien será el primer Comandante de la institución. Desde sus inicios tanto los pioneros como los aspirantes a bomberos (63, en su mayoría muchachos) contaron con la valiosa y oportuna colaboración de Don Livio Martinengo, Arsenio Morillo y Paul Morillo.  Las monjitas del Asilo de Anciano, justicia es decirlo, por varios años, proveyeron las viandas a los aspirantes y bomberos. La primera sede de los Bomberos  estuvo ubicada en un local, de regular infraestructura, en la Avenida 14 de febrero entre las calles Vargas y Jacobo Curiel, casi a lado de El Tuqueque.
De aquella primera cohorte de aspirantes a bomberos compuesta por más de 60 jóvenes, sólo aprobaron las pruebas vocacionales, de resistencia física y habilidades y de disciplina 18 caroreños, entre quienes destacan Agustín Ramos, hoy jubilado y rico; Juan Pereira, Isnardo  Suárez, Jesús A. Escalona, Miguel González (El Pelón), Germán Bastidas, y Guillermo Gómez, entre otros.  La primera unidad del naciente cuerpo bomberil la donó, en Agosto del 72, el Cuerpo de Bomberos del Distrito Iribarren, un camión Chevrolet modelo 56. El primer carro bomba lo “consiguió” Arsenio Morillo quien logró que el Presidente C.A. Pérez I atendiera una solicitud en tal sentido.  EL primer  “sueldo” del Comandante Sequera fue de 80 bolívares, mientras que los bomberos cobraban Bs 40 del Concejo Municipal que lograban rendir con los muy oportunos aportes del comercio local. Su remuneración siempre será precaria si se considera la utilidad social de esa institución; pero no será sino hasta la Administración de Javier Oropeza que los bomberos reciben en trato institucional que merecen. Incluso se comenzó a construir una seda moderna en la Zona Industrial.  Hoy, 61 bomberos, bajo la comandancia del Ing. Jonnhy Túa, cuentan con 18 unidades móviles, 4 ambulancias, 20 unidades de rescate y apoyo logístco y sofisticados equipos para seguir  desarrollando esa noble labor de auxilio y preservación de la vida.

Recién constituido el Cuerpo de Bomberos de Carora, los héroes de azul  tuvieron una “prueba de juego”: la inundación de Noviembre del 72.  Allí , casi pierda la vida el comandante Sequera quien curiosamente no sabía nadar, menos mal andaba con veteranos buzós-bomberos caroreños. Esta catástrofe “natural” sirvió para que la sociedad caroreña se percatara de la necesidad de contar con un cuerpo de bomberos permanentemente y bien dotados. En la inundación del 72 los bomberos demostraron la alta vocación de servicio y su espíritu humanitario que aún perdura en ellos. Desde entonces los maltratados (por parte del sector oficial local) bomberos pudieron contar con el apoyo de los comerciantes caroreños. En esa navidades Pedrito Chávez compuso una gaita donde hace referencia al arduo trabajo de los bomberos en aquella jornada del 72.
Los  pioneros de la actividad bomberil, allá por 1972; hicieron una colecta casa por casa para recaudar unos pocos recursos necesarios para la institución.  Un vecino principal muy conocido cuando fue visitado se negó a hacer un aporte. Alegó “¿para qué bomberos? Si vienen 5000 soldados para el Fuerte Manaure”. Pero por cosas del destino, por la venganza de Vulcano, su casa se incendió un par de días después. Y Allí estaban los despreciados bomberos neutralizando las enfurecidas llamas que amenazaban con destruir toda la casa de la calle Comercio. ¡Cosas de los dioses que desde las alturas  castigan las injusticias¡
Cuando la empresa del terror Al Queda derribó las Torres Gemelas, símbolo del poder financiero de los Estados Unidos,  los norteamericanos tuvieron la ocasión de  volver la mirada a los héroes de azul.  Casi un mes después de la tragedia, el Alcalde de New York, Rudolph   Giuliani, en ocasión del homenaje rendido a los bomberos termino diciendo: “bomberos, el lado formidable de la humanidad”

BRUNO CRESPO; EL ARTE PRIMITIVO

Coinciden los grandes antropólogos en señalar que la primera conversión del hombre sobre la tierra consistió en tomar el barro de la ladera, la arcilla del suelo, y trasformarla en un enser doméstico, votivo o  figura humana. Aquello, desde el amasado de la arcilla, el secado hasta la colocación en la pira para nuestro antepasado del neolítico debió resultar una especie de encantamiento, un acto divino y de magia. Y es precisamente ese acontecimiento cultural que tuvo lugar hace mas de nueve mil años se repite en el taller “Primitivo” de Bruno Crespo, en la calle Sucre de El Torrellas, donde era el botiquín de Requena, su padre. Y así como para el hombre del Neolítico no había diferencia entre faber y ludens, entre trabajo y juego tampoco para Bruno y sus ayudantes hay diferencia entre trabajo, juego y placer cuando le dan forma a la arcilla y la transforman en auténticas obras de artes.
     Y es que provoca verlos “jugar” con el barro. Impresiona la destreza y habilidad con que este artesano de postín logra convertir la arcilla amorfa en ánforas, figuras humanas o cualquier otra pieza decorativa o utilitaria. Y que artesano auténtico no es cualquiera. Se nace artesano y Bruno nació con ese don que luego perfeccionó con estudios de la mano del maestro Candido Millán. El toque final a su arte se lo da un horno a gas que en su interior puede arder a  la misma temperatura del corazón del sol como me dijo una vez el propio Bruno.     

      Sin que ello sea una hipérbole hay que decir que la transformación del barro el arte en el taller “Primitivo” ocurre en medio de un proceso o un ambiente casi místico, pues allí palpita la creación, se percibe la belleza; y en todo ello, el “supervisor” del trabajo del taller le da un toque de misticismo, de magia: Chus, el de Marbella como le decíamos los muchachos hoy cuarentones a esa pareja de personajes rústicos atravesando El Torrellas. Y es que Chus, hoy jubilado como botador de escombros y basura,  con su silencia hace pensar que hay algo que trasciende la materia. La presencia de Chus en el taller de Bruno Crespo le quita al arduo trabajo del barro su carácter burocrático, alienante y agotador; y si ello no es suficiente Bruno incorpora cocuy de penca a la jornada laboral; lo que el no sospecha es que así debió hacer el trabajo alfarero de nuestro antepasados indígenas. El trabajo con el barro nos hace volver la mirada al pasado y a las cosas sencillas porque como bien lo dijera el filósofo griego, Empédocles,   "de todas las cosas cuatro  son las  raíces: Fuego, Agua, Tierra y la altura inmensa del aire.   Todas  las cosas de tales raíces surgieron; los que serán y las que  fueron".    

     
      Con barro, agua, fuego y una habilidad que le es innata, Bruno Crespo hoy por  hoy  ha conquistado  los mercados artesanales y nacionales e internacionales.   Con  barro, agua y fuego, en una armoniosa empresa  cuasifamiliar,   nuestro amigo enaltece el nombre de la Patria Chica con los objetos artísticos que le logra sacar a la arcilla y al talento.  Arte,  Tradición y mística  se  conjugan  en  sus piezas. Eso si sus piezas cuestan un ojo de las cara. Solo los muy fulleros y los muy platudos le piden botellas personalizadas para envasar su cocuy. Eso no es óbice que Bruno haya colocado  varias de ellas en  los bares particulares de los caroreños  más exquisitos.

   Aunque él no lo sabe; a   este  artesano,  que ya es internacional, podríamos  decir  sin exageración  que  su don, su afán por el barro, su destreza  con las manos, le vienen por una vieja tradición alfarera que viene a conjugarse con la vocación por las cosas sencillas que tienen los auténticos artistas. Bruno en su artesanía incorpora  talento, sencillez y amor por el trabajo para lograr piezas  inigualables y de una belleza extraordinaria. Hasta el  propio nombre  del taller lo delata: Primitivo; una palabra que nos evoca al hombre el neolítico jugando con barro para construir una olla o una figura antropomórfica. 

    Bruno Crespo y su taller Primitivo, en Venezuela,  son hoy  sinónimo de arte  y belleza cuando de artesanía se trata. 

     Este Torrellero que vive en La Osa  contagia a sus amigos con su amor por el barro. Suele recurrir a la cosmogonía judeo cristina para referirse  a  origen  de  la  humanidad:” Dios hizo al hombre de barro…hacer una pieza de arcilla es un acto creador y divino; como lo hizo el mismo Dios…”  Naguara…

Mayo en El Torrellas

Entramos en el mes de Mayo, mes de las flores, sin que casi nadie recuerde las celebraciones religiosas que en casa de Doña Pura Barrios de Graterol tenían lugar durante todo el quinto mes del calendario.


     En esa casona, ubicada en la calle Monagas entre las avenidas Torrellas y la Avenida El Cementerio,  centro de irradiación  de la fe católica en el barrio Torrellas, se preparaban a los niños para el Segundo Sacramento de la fe católica.  Durante el mes de mayo se celebraba el Mes de María, La Virgen.  Era todo un acontecimiento realmente festivo. Siempre los más bellos representábamos a algún personaje importante de la familia cristiana y para ello los muchachos debían  usar la respectiva indumentaria.  Doña Pura era la encargada  del orden, la disciplina y la ceremonia al interior de la casa.  En las afueras el orden público era competencia del Oficial de Seguridad Enrique Duno, con manopla y garrote en mano y una cara de arrecho, como un policía gomero.

         Todo allí estaba planificado y cronometrado como en un guión de una obra teatral.  Todo sucedía de acuerdo  a un inalterable guión que Nicanor y Doña Pura dirigían a través de un metalenguaje religioso.  Había un momento para la apertura, un momento para el responso y la letanía que solo Rosa Crespo de Mendoza conocía de memoria y sin chuleta. Las campanas grandes y las campañillas de oficio las tocaba Nicanor con una solemnidad de militar prusiano.   En esta faena Nicanor y Doña Pura eran asistidos por Juan de Jota Crespo con su inconfundible tono de voz y por un piadoso cristiano, Antonio (Toño) Pernalete, que casi nadie le conocía el nombre, pero que los muchachos de entonces lo recordamos “caminando” penitentemente arrodillado desde la entrada hasta el altar.  Acompañaba además a Juan de Jota con el violín y la guitarra.

   Todo estaba decorado para la ocasión. De manera permanente aquella casa estaba decorada con tapices de Ángeles, arcángeles y santos.  En mayo se reforzaba con vistosos afiches y decoraciones multicolores para producir vistosidad.

    La mayoría de los muchachos acudían por gusto o por prescripción paternal. El mes de María estaba concebido para ser  atractivo a jóvenes y niños.  No era una rezadora monótona y aburrida como casi todos esos oficios destinados a ganar simpatía o indulgencia  en la corte celestial.   Otros, una escasa minoría de chiriguares acudían a la celebración  con el único propósito  de comerse gratuita y clandestinamente las conservas, confites y cambures pasaos que en un apartado rincón había puesto al sereno Chiquín.  Un sagrado respeto, rayano con  el miedo, infundía esa enlutada y “macondiana” mujer llamada Librada. ¡El torrellero de mas de cuarenta años que diga que no recuerda a Librada sencillamente está enfermo. Su figura era sencillamente inolvidable ¡

         Todos los buenos muchachos  de El Torrellas hicimos la Primera Comunión bien en casa de Doña Pura, en Fe y Alegría o en la Iglesia Coromoto.  Sin embargo, a finales de los años 50, solo un torrellero se encontraba sin cumplir con el sacramente de la Comunión: Tarsicio Camacho.   No hubo medio, argumento ni promesa que Doña Pura no hubiese empleado para convencerlo de la necesidad  de hacer la Primera Comunión. Y desde aquella fecha  hasta su muerte Doña Pura lo llamó con el hipocorístico de “Tarsicio: el niño perdido y hallado en el templo”. Pura Barrios temía a que su vecino “caminara por la senda del mal”, pero no fue así. Tarsicio Camacho fue el único torrellero que no hizo la Primera Comunión que salió bueno. Hizo la Primera Comunión ya viejo. Hoy vive en Caracas, está jubilado y tiene plata.

         La “ceremonia” de mayo era transmitida por los altoparlantes de la Radio Violeta y  virtualmente los hogares  podían así incorporarse a la celebración mariana.  Como cosa curiosa los vecinos más próximos a Doña Pura (por ser protestantes, pero muy honorables) pasaban por alto aquella festividad.

     El fin del mes, es decir el 31 de mayo, era ansiosamente esperado por casi toda la  barriada.  Al terminar la oración final la celebración se tornaba un tanto seglar y pagana. La gente se disponía  a esperar el Toro e candela, los ratones, los fuegos de artificio, morteros y cohetes multicolores.  El fuego y las luces estallaban en cualquier tramo de la calle Monagas o en la Torrellas. Todo era algarabía  y un desborde de locura. 

     No faltaba quien sufriera la reprimenda “policial” de Enrique Duno, un verdadero agente de la cordura, cuando alguien pretendía romper el “orden” y la disciplina. Ciento veintidós kilogramos de pólvora eran quemados ese día para anunciar el cierre de la jornada mariana. Ese último día del mes de las Flores, desde la  sede-cuna del colegio  Fe y Alegría  volaban por el cielo nocturno  chorros de luces en medio de las explosiones de cohetes y morteros. Se lanzaba al aire perfumado de pólvora  un colorido globo de candela, hecho con papel celofán y veraras, que los suaves vientos alisios  lo llevaban  a iluminar las almas taciturnas  en las inmensos playones de la Otra Banda. En La Publilimpia, La Majada, y en todo el antiguo Departamento de La Boca esperaban pasar el globo lanzado por Nicanor para echarse a dormir. ¿Cuánto campesinos ingenuos no pensarían que aquello era un platillo volador de los que en El Diario acusaba a verse visto el periodista Jesús Vásquez Romero, recientemente fallecido?

      El Mes de Mayo trató de recuperarlo, Pedro Mogollón, el heredero del matrimonio Graterol-Barrios, pero solo pudo sostenerlo por muy poco tiempo. A este pecador le faltó la fe que le sobraba a Doña Pura. Hoy la vieja casa que una vez fue centro de irradiación de la fe cristiana es casi una ruina. Hemos olvidado la fe…

Emilita Dago, embustera.

En 1964, mientras hacía escala en un viaje hacia Maracaibo,  Emilita Dago, integrante de la Orquesta Los Melódicos, sufrió un accidente automovilístico y en nuestra ciudad fue atendida por los galenos locales. Como las heridas fueron muy leves ya al día siguiente la cantante cubana pudo salir a la calle. Ya había pasado la época dorada de Emilita con Los Melódicos. En nuestra ciudad no faltó alguien quien, para agradarla,  la invitara a degustar lo mejor que podemos ofrecer los caroreños: la gastronomía local.
    
     La cantante  que llegó a Venezuela después del triunfo de los barbudos de Sierra Maestra,  fue invitada  por los gentleman caroreños a almorzar. Como era de esperarse la llevaron, según Tata Taco Castillo, al restaurante de Don Adeliz Sisirucá, en Las Palmitas,  y si bien es cierto que allí había unos pocos platos preparados en base a la carne de chivo, Emilita Dago no comió nada de chivo. Taco Taco, cuando narra este acontecimiento hace énfasis: “… tu que escribis…ese día el que pagó la cuenta fui yo. Recuerdo Bs 80. Y no revelemos los nombres de los acompañantes locales para que no se riegue la fama de chucos y atenios.

       No debieron ser más de dos los restaurantes que en Carora  visitó  la  cantante estrella de “la orquesta que impone el ritmo en Venezuela”. Seguramente le mal informaron  que aquí toda  nuestra gastronomía giraba en trono a la carne del chivo. Refiriéndose a este punto, señala Don Gerardo Castillo Riera, ahora experto en comida, “nada más alejado de la realidad sostener que en Carora se come chivo”.

   Para 1964, Emilita Dago era archiconocida en Venezuela por llevar ya cuatro años cantando con la orquesta Los Melódicos. Empezó a cantar con dicha agrupación musical  a comienzos de 1960 y desde esa época  se dio  a conocer  con el Sucu Sucu, El Hombre y el automóvil, Sube y Baja, Así Soy Yo, entre otros temas que sonaron hasta el hastío en las radioemisoras nacionales.  Algunos “viejitos”  recuerdan  El Guapetón, La Tómbola, La Vida es Chiquitica, Yo no me caso, Que Gente averiguá, Negro no te vayas, Pensar Mal, Por un Maní, La Cañada, etc.

     Del accidente visita de Emilita  Dago a nuestra ciudad, surgió el motivo para que se compusiera una pegajosa canción  que Los Melódicos bautizaron “Menú de Chivo”.  Oficialmente, esto es según la carátula del Long Play de la época, 1965, su autor es  Stelio Bosh Cabruja, pero los caroreños  sostienen que la compuso Renato Capriles.  Menú de Chivo está incluida en el LP “Aquí está Emilita con Los Melódicos” el cual salió al mercado cuando ya la cantante se había separado formalmente de Los Melódicos aunque mantenía amistad con los integrantes individualmente,  en virtud de ser la co-animadora del Programa “Compre la Orquesta” por Radio Caracas.  Ya estaba comprometida con el luchador de Lucha Libre, Lin Sun, también conocido como Mister Chile.

        “Menú de Chivo” hace referencia a un señor, Manolo (Monterrey?) que llega a un restaurante en Carora y al preguntar “que tiene para comer que traigo una hambre del Demonio”; y su interlocutora, la dependiente del negocio le responde: “Caldo de chivo, Sopa de chivo, Bistec de chivo, Frito de chivo, Asado de chivo,  Lengua de chivo, Fríjol con  chivo, Arroz con Chivo…” Que otra cosa tiene señora que ya me tiene encabritado” “Plátano con Chivo,  Chivato en Yuca, Chivato en papa,  Chivato en Coco,  Chivato al horno, chivo  en mondongo,  Chivo a la menestra. La canción, un merengue,  tiene un ritmo bastante pegajoso y finalizando se escucha una voz varonil (la de A. R. Deffit) que  inquiere en tono molesto “Señora y que otra cosa tiene” y se escucha la voz inconfundible de la cubana: “Leche de chiva y queso de chivo…  meee”.

     Hasta aquí el cuento va  muy apegado al rigor histórico como le gusta a los analistas caroreños, pero lo bueno de la crónica es la indescriptible arrechera que agarra nuestro amigo Frank Pérez cuando escucha Menú de Chivo. Frank agarra una arrechera de Sierralta. Y es que el por sangre es un Sierralta. Le pregunta Frank a uno “Tu la has escuchado; la canción de Los Melódicos que habla de la comida del Chivo?” y continúa: “a coña embustera esa Emilita  Dago que donde a todos los lados que iba le ofrecían solo chivo. ¿Qué restaurant sería ese donde sólo vendían chivo? Como si en Carora fuera tan fácil conseguir chivo. Dígame; las bolas que uno tiene que jalar pa conseguí un quesito de cabra y ella consiguió hasta conservas de leche de cabra que es mas arrecho encontrar por estos lados”. No va a ser embuste esa vaina. Pero una cosa es leer esta crónica en el frío papel y otra cosa es escuchar  el tono que le pone Fran Pérez al  comentario.

El Hombre que encarecía el amor

La explotación del petróleo vino a transformar la vida  del país y a trastocar hasta las fibras morales de la nación venezolana. Los que de alguna manera  se favorecieron con el negocio petrolero pudieron mejorar sus condiciones de vida y  a quienes por el contrario no los chispió la bonanza petrolera siguieron viviendo como el la Venezuela, salvaje, agraria y miserable que muy bien describe Rómulo Gallegas en sus novelas.

      Muchos fueron los torrenses que emigraron al vecino estado Zulia, huyendo de la miseria local, en busca de mejores condiciones de vida. Emiliano Montero fue un caballero de Pie de Cuesta que se fue a trabajar a Mene Grande. Allí logró engancharse en la Shell para la cual trabajó como encuellador. Ganaba, para los años 40,  la bicoca de Bs. 340,oo mensuales. Una platá si se se toma en cuenta que el sueldo de un maestro de escuela era de Bs. 72,00 mensual.

     Emiliano Montero nació fullero y en el Zulia se le acentuó su gusto por las cosas buenas y caras. Pero lo que aquí queremos resaltar  era lo que acontecía  cuando este caballero, de visita, llegaba a Pie de Cuesta en vacaciones. Llegaba  con plata en el bolsillo y ostentando los coroticos que mostraban su prosperidad.

  La llegada de Emiliano, además de muy anunciada por sus familiares, era esperada  por muchos con agrado y por algunos otros caballeros con muy poco agrado y simpatía. Su llegada al pueblo causaba casi el mismo furor que la visitas del obispo. Este apuesto caballero aparecía vestido con paltó oscuro de gabardina Western de Raymond, camisa blanca almidonada, bufanda al cuello, lente anti-sol Ray Band, calzaba zapatos de dos tonos al estilo Jonnhy Pacheco, lucía diente de oro al estilo Ramonzote Pernalete; se bañaba con colonia Jean Marie Farina. Y lo más impactante de todo esa parafernalia de la fuyería era su cámara Kodak  que le colgaba del cogote. Imagínese Usted amigo lector lo impactante que debió ser retratarse en Pie de Cuesta en 1940.   Con esa pinta – dice Frank Montes- no había mujer en todo el Municipio Manuel Morillo que se le resistiera a Emiliano Montero. Tanto su porte exterior  como su psicología era la de un dandy americano.  En las fiestas del pueblo era donde Emiliano se sentía a sus anchas. Aquel hombre que parecía ser Mauricio Babilonia causaba todo un furor al bailar con su paso La Tijereta o bailando Juancito Trucupei.

     Un buen día de diciembre se supo en Pie de Cuesta que aquel ostentoso y pantagruélico caballero había introducido un elemento de perturbación en el mercado amoroso del pueblo. Con él al amor y el sexo se encarecieron. Las  muchachas decentes del pueblo, soñando con Emiliano, se hacían las duras con los galanes locales, con los mal pagados maestros de escuelas (y sin IPASME)  que ya eran los galanes del pueblo. Entre las mujeres de la vida alegre, hoy llamadas prepago, era donde se producía el mayor impacto alcista. Montero, acostumbrado a los altos precios del sexo petrolero de los night clubes,  les pagaba el triple por servicios sexuales o tiraita.  En Pie de Cuesta para aquella época las mujeres de la vida fácil cobraban Bs. 5,00 por polvo y Montero las pagaba 20 o 25 bolívares. De manera pues que cuando un piedecuesteño solicitaba los servicios de esas mujeres se encontraba con una tarifa incrementada en un 300 por ciento.  “Eso es lo que me da Emiliano” era la repuesta que se conseguía con el revire de tal alto precio.  ¡ y ¿cómo competía un maestro mal pagado y sin IPAS con los precios petrolero de Emiliano?

      De entre tantas mujeres alegres que sirvieron a Emiliano algunas fueron bautizadas por él con nombres del argot petrolero: “La Gabarra”, La 7 tuercas. “y cómo sería esa que llamaban La Chupadora” se pregunta Frank Egidio Montes, gran admirador de nuestro personaje. 

       Como todo trabajador petrolero, Emiliano Montero aprendió a jugar béisbol. Dicen que no era muy bueno en eso. Para embasarse recurría a la táctica de dejarse golpear con la bola en el codo para lo cual tenía un curioso swing.   Con el tiempo, un poco ya viejo, Emiliano regreso a vivir a Pie de Cuesta. Traía consigo algunos ahorros y el arreglo de la Shell. Lo empezaron a llamar Don Emi  como muestra de consideración y respeto.  Compró una hacienda con el rimbombante nombre de El Chimborazo, y  montó un botiquín muy famoso “Villa Carmen  y como todo campesino rico y platudo se  inscribió en COPIE  donde gozó de la estima de los dirigentes regionales. Algunos viejos aún le recuerdan con su cabellera rejuvenecida con tricófero de Barry comprado en los comisariatos de las petroleras. Hasta sus años postreros Emiliano Montero se distinguió por su educación y su buen vestir. Murió a mediados de 1996; debió haber nacido en 1913.

TODO POR UN LETRERO

En  1955, en Carora, tuvo lugar una querella entre  dos caballeros  muy distinguidos en la sociedad torrense de entonces donde al final nadie resultó ser perdedor. Sus protagonistas: Don Félix Mariano Zubillaga Perera, muy respetado por todo lo que significaba vivir en una de las casas sagradas ubicadas torno a la plaza Bolívar y el Capitán  tachirense  Tulio de Jesús Chacón Mejías, Jefe de la Seccional de la temible Seguridad Nacional durante la dictadura del General Marcos E. Pérez Jiménez.

Félix Mariano Zubillaga nació en Carora el 16 de mayo de 1889. Desde muy temprana edad se dedicó a la actividad comercial que luego conjugó con la industrial y la  agricultura. Ya a la edad de 15 años lo vemos empleado en la prestigiosa fábrica de sombreros de pajilla de Don Ángel Montañéz donde llegó a ser agente viajero y finalmente copropietario,  en sociedad con los hermanos Pérez Alvarado, de la misma. Como Agente viajero recorrió los Andes y los Llanos venezolanos y todos los rincones del país que penetraba el Ferrocarril Bolívar. En 1930, al deshacerse la sociedad comercial se dedica  al comercio de mercancía y  al cultivo de café y funda, en Jabón,  la Casa de Comercio La Verdad. En El Fraile, su hacienda, experimentó con la modalidad de Café Lavado el cual rendía mayores beneficios. Gracias al boom cafetero de la posguerra, logró algunos ahorros y emprendió un largo viaje a Europa del cual existe un librito (muy difícil de conseguir) que publicó la Alcaldía. 

En 1955, el capitán Chacón, amo político del Distrito Torres,  se encontraba en Jabón. Allí visitó La  Verdad y se sorprendió al ver un atrevido  y ofensivo (para el Gobierno, desde luego)  y vistoso letrero que decía. “NI QUE VENGA EL PAPA DE ROMA, SE LE FIA A LOS FUNCIONARIOS DEL GOBIERNO”. Aquello desató la ira del jefe de los esbirros de la SN local y a la vez que ordenaba quitarlo, preguntaba por la razón y autoría del mismo; a lo que el encargado del negocio el Sr. Sixto Sarmiento, le respondió “órdenes del dueño: Félix Mariano Zubillaga. “Y donde está”, siguió preguntando enfurecido el policía. “En Carora, vecino de Usted frente a la Plaza Bolívar, en Carora…”  Al día siguiente Zubillaga Perera es citado a la Sede de la SN en la calle Comercio. El Capitán que no andaba con rodeos le inquirió a Zubillaga: “porqué Ud. No le fía a la gente del Gobierno” y su interlocutor sin titubear respondió: “por la pendejerita de  que no pagan”. “Quienes no pagan…El gobierno manda un maestro, los médicos, los policías, los jefes civiles, los empleados de los ministerio, les fío y cuando los cambian  se van con la cabuya en la pata”. El militar al oír esa repuesta despidió a Zubillaga con un seco y burocrático “hasta luego”. Pero tres días después buscó al propietario de La Verdad  y le entregó 376 bolívares con un real. ¡Una platáa para la época¡ Como el mensajero de García había hecho su trabajo para defender el honor y la reputación del Gobierno.
Y es que aquel “chácharo” perejimenista mal encarado, creído, chaporrito y de tez morena que los más antiguo lo recuerdan además por tener una esposa muy “buena moza” esa también un hombre honorable. ¿O es que acaso no eran honorables los asesinos de Julio César o los asesinos de Anastasio Somoza?
 Después de que se cancelara la deuda, Zubillaga quitó el letrero y sólo le fiaba mercancías al maestro y al médico de turno. Y es que la sangre obliga¡ como solían decir los nobles europeos. Perteneció Don Félix Mariano a esa estirpe que ha favorecido la salud y la cultura y en cierta forma dar fiado al médico y al maestro de Jabón era una manera de contribuir a la salud y a la educación de ese generoso pueblo. Ya bien lo refirió un polémico historiador caroreño al anotar que mientras los Herrera andaban comerciando, los Riera y Oropeza poniendo cercando tierras; los Zubillaga estaban leyendo un libro  o rezando.

Algunos viejos caroreños afirman que el capitán Chacón  era muy buena paga; otros, en cambio, como Don Gerardo Meléndez y Alexis  Riera, sostienen que vivían mudándose de casa en casa porque no le gustaba pagar los alquileres. Cierto es que frente al propietario de La Verdad, Chacón, como Escipión en Cartago,  salvó el honor del Gobierno de Pérez Jiménez (o al menos así lo creyó él).
Siempre ha habido hombres valientes, sin  miedo a las armas ni a los gendarmes como Don Félix Mariano Zubillaga Perera y como Don Bernabé González. ¿Tuvieron miedo acaso el Negro Miguel de Buría, Andresote, Lope de Aguirre, el Marañón; Manuel Gual y José María España o los próceres de la independencia?

Cuando cayó la dictadura, el odiado capitán Chacón debió ser sacado  clandestinamente por Don Carlos Herrera en un acto de compasión, pues ya Lange Meléndez  había dado la orden de capturarlo a los partisanos del Torrellas. Salió de Carora en un vehículo conducido por Sulpicio García y secundado por Maceo Suárez. De él no tenemos casi información. En Carora solo respetaba y admiraba al Doctor Ambrosio Oropeza a quien a cada rato le decía que sus amigos adecos “perseguidos” andaban escondidos porque querían; que no había tal orden de apresarlos por la SN.Le gustaba mucho esa vaina tan maluca que llaman conflei” recuerda un amigo que lo “conoció”. Julio Chacón Mejias debió morir como un miserable porque aquí todo se paga dice Alexis Riera, el cantor de La Esperanza; y remata: “porque ala conciencia es como un letrero que le recuerda  las vainas malas”.

Don Félix Mariano murió un sábado 16 de mayo de 1959, a la edad de 70 años. En la edición de El Diario de Don Antonio donde se da la noticia de su deceso se puede leer:”…entregado afanosamente a las labores del trabajo con la dedicación y la honradez que no admite parangón en este medio”.   Don Félix Mariano fue un Zubillaga.

La Mujer de Piedra.

El Torrellas como toda comunidad antigua tiene su iconografía. En lo que respecta a la parte femenina, los torrelleros admiramos y llevamos en nuestros corazones a Micaela Crespo, a Doña Pura Barrios, a Sara Crespo y a Emérita Ramos, ere otras.
Emérita ramos nació en Carora un 22 de Septiembre de 1913, aunque se creyó erróneamente que había venido al mundo en el mes de diciembre. Su madre era Rosario Ramos y su padre Ramoncito Torbello. Nació y vivió si infancia en una casita ubicada hacia el suroeste de El Calvario. Allí estaba la niña Emerita cuando en noviembre de 1916 las aguas del Morere tocaron sus puertas y de las cuales se salvó milagrosamente. Sería esta inundación la que daría origen a la fundación de Pueblo Nuevo del cual será una de sus fundadores más apreciados. Nuestra querida Meca Ramos (como la conocimos popular y cariñosamente) nos comentó una vez que ella tenía muy buena salud, gracias a la leche de cabra con que fue alimentada sus primeros años ( y de allí si apodo de La Meca) y que se le había escapado a la muerte en tres terribles ocasiones no sabía a que ángel guardián.
“Cuando se salío el río en el 16 –recordaba La Meca- mi mama me encontró adentro del agua. Me escape de vainita. Esa fue la primera vez que sobreviví a una tragedia…” A penas año y medio más tarde, en 1918 todo el territorio nacional fue devastado por una apocalíptica invasión de langostas como la que refiere el segundo profeta menor Joel. Esos devoradores insectos se abalanzaron sobre las plantaciones y humanos causando cuantiosos estragos. Refiriendo aquel desastre natural, La Meca Ramos recordaba haber visto aquellos proféticos ortópteros desojando los guayabos y otras plantas y carcomiendo la pendeja cabeza de algún inofensivo cristiano caroreño. En nuestra ciudad apenas deben quedar una docenas de cristianos que recuerden o tengan noticia fresca de aquel catastrófico suceso. Según La Meca ella vio el paso cercano de las langostas sin ser víctimas de esos animales que comían de todo.
A partir de octubre de 1918, Venezuela entera estuvo de luto como consecuencia nefasta de los estragos de una pandemia que llegó del viejo mundo, conocida mundialmente como La Gripe Española. Se calcula que esta pandemia, entre el bienio de 1918 – 1920, causó la muerte de más de Ciento Noventa millones de personas en todo el mundo. En nuestro país murieron a consecuencia de la Influenza Virus A H1N1 alrededor de cincuenta mil personas incluyendo el hijo predilecto del Dictador Juan Vicente Gómez, Alí Gómez. En aquella ocasión, para 1919, las autoridades locales de Carora habilitaron un campamento médico en un terreno adyacente a la Planta Eléctrica de Carora, muy próximo a la casa donde vivía La Meca Ramos de apenas seis añitos de edad. El Degredo, tal como se le llamó al improvisado hospital, más que para curarlos a los infectados se les depositaba allí no tanto con el propósito de curarlos sino más bien de aislarlos y crear así una especie de cerco para evitar su propagación. A los pacientes víctimas del mortal virus se le suministraba una especia de atol con quinina y un coctel de antibióticos. Para la época no se sopesó, al menos en Carora, la gravedad y lo contagioso que era dicha gripe y quizás por ello no se extremaron las medidas sanitarias del caso. La Meca Ramos con escasos seis años de edad llegó, en más de una ocasión a sopetearse los atoles que dejaban los infectados de Afluenza y sin embargo no llegó a padecer esa terrible y dolorosa enfermedad. Refiriendo este acontecimiento vital, la Meca Ramos decía “Yo soy muy fuerte, no me enfermé ni cuando me daban a beber los atoles de los griposos. Será porque me alimente con leche de cabra y con carne de iguana…” y redondeaba : “ Yo me le he escapado tres veces a la muerte y aquí estoy, no joda, con ochenta y pico años de edad jodiendo la pita, y no me da ni gripe”. Cierto es que nuestra querida Emérita Ramos tenía un temperamento jovial, siempre alegre, y nunca se le conoció algún padecimiento que la tumbara en cama.
Y la Meca Ramos estaba consciente y agradecida del respeto y el cariño que le tributábamos todos los torrelleros que la conocimos. Pues el barrio Torrellas que lleva la pasión del beisbol desde sus años fundacionales, en su ethos, como dirían Aristóteles, aprendió a querer a La Meca por ser ella la mujer que confeccionó el primer uniforme de la Leña Verde, fue la madre de Francisco La Meca Ramos y una de las fanáticas más entusiasta del equipo. Esta mujer fue una especie de madrina sentimental vitalicia del Torrellas BBC.
Emérita Ramos es la madre del pelotero y profesor Francisco Ramos, de Carmen Lucila, de Luisa Margarita, de Rosalina, y de Gladis Josefina, vecina de este cronista. Sus años finales se dedicó a jugar pericón y otros juegos de naipes donde con mucha frecuencia solía ligar la Ñema, los monos y cualquier otro comodín del juego de barajas. A La Meca Ramos la sorprendió la muerte cuando ya tenía una centuria de existencia. Y aunque ya no está físicamente entre nosotros la seguimos recordando con el afecto y el cariños que se le tributa a los pioneros.

Las Preguntas de un Empanadero.

Hasta la segunda mitad de la década de los 80 del siglo pasado, existió en Carora una venta de empanadas donde todo, absolutamente todo, era muy curioso. Originalmente e negocito empezó a funcionar frente al Cine Bolívar, a lado de Zapatería Caracas. El local tenía forma de triángulo y de allí el origen del nombre que lo distinguió. Después fue mudado cerca de su sitio original, pero siempre cercano al cine. Vendían unas empanadas más  o menos buenas, rectangulares, baratas y grasosas. Omar Perozo las recuerda por un picante demasiado  gustoso que allí servían.  También vendían plátanos rellenos con queso. Su propietario-administrador, Agustín Colmenarez, natural de El Cují de Aregue, era todo un personaje de novela. Los caroreños lo bautizaron con el sobre nombre  de El Muergano.
     Nuestro personaje no era un empanadero más del montón. Cuando llegaba un “fresco planteándole le fiara algunas empanadas se negaba con “ uyu llave y el copete…? Mientras trabajaba bebía cerveza muy fría y escuchaba radio en la frecuencia 1.140. Conversaba de deporte, de cultura general y de política. Estaba inscrito en COPEI y de ello estaba orgulloso.  Alrededor de 1960 viajó a Madison City, Estados Unidos, contratado por unos jóvenes caroreños “pieles rojas” que iban al norte a estudiar y no podían vivir sin comer caraotas. De los cuatros caroreños sólo el cocinero aprendió bien el inglés y no se le olvidó el castellano. Esta habilidad le servirá más tarde para ser contratado por Don Antonio Herrera G; como chef y traductor en los negocios del Cardenales de Lara BBC. El 10 de marzo de 1967, cuando llegó a Carora el Dr. Williams J. Haast, el culebrero más arrecho del Mundo, con la misión de salvarle la vida al niño Francisco J. González P;, de Burere, fue Colmenarez quien sirvió de traductor.
      Agustín Colmenarez solía criticar  la publicidad y los tips de Radio Carora y opinar sobre las noticias del momento. Para ello mantenía encendido siempre un radio receptor Sanyo muy bueno  que le vendió Terú. Uno por uno sometía a una demoledora crítica semiótica los tips de la radioemisora pionera de Carora. Cuando escuchaba, por ejemplo, el tip “para los que siente la hora…”, tip que Radio Carora tomó de Radio Apolo de Turmero, Colmenarez decía: “y cómo se puede sentir una hora…? Sólo se puede sentir una sensación, una temperatura, un olor. ¿Con que sentido se siente el tiempo…? Cuando en la Radio de los González sonó el tip “Radio Carora, la radio que se ve..” este empanadero trasmutado en critico mediático  arremetía; “… no faltaba más  una radio que se ve. ¿Cómo se puede ver un sonido?. Uno puede ver una imagen, la TV que es imagen…”  Radio Carora cierta vez lanzó una campaña promocional. Se oía la voz de Soledad: “Radio Carora… una radio dulce…” Contra este; Colmenarez argüía algo más o menos así: ¿cómo puede  ser dulce una sensación que sólo se percibe con el sentido del oído?...”
   Donde quizás el mayor rigor analítico derrochaba  nuestro personaje era en aquel tip: “Radio Carora; una radio feliz” . Argumentaba: “¿Cómo puede ser feliz una radio? ¿Cómo puede ser feliz ese conjunto de discos, de antenas, de micrófonos? Que yo sepa sólo pueden ser felices los seres humanos que tenemos alma, cuerpo y corazón…”
     Quizás desde otro lugar Colmenarez debió haber sometido al paredón a la onomatopeya cacaliana, muy pegajosa, pero susceptible de  crítica idiomática.
    Agustín Colmenarez cerró su negocio a fines  de los años 80. Se fue a vivir al asilo de Ancianos donde asumió con dedicación desinteresada el cuidado, la alimentación y la higiene de los más viejos.  Luego se asiló en la casa del Adulto Mayor de Aregue donde continuó su labor humanitaria. Hoy es tributario de la tierra. No tenemos información sobre la fecha ni la circunstancias de su muerte.
   Hoy en Carora, de noche no hay cine ni empanadas.

Los Sonidos del Torrellas

 Las sociedades humanas echan mano a todo tipo de elemento natural o artefacto cultural para hacer más fácil la existencia. Sobre esta ambición o necesidad se edificó la cultura del confort en Occidente. En la Carora de ayer, y en Pueblo Nuevo o El Torrellas, sus habitantes recurrían a fenómenos naturales o prácticas y costumbres de algunos de sus conterráneos para ubicarse interpretar el medio que los rodea, para tener una noción muy aproximada del transcurrir del tiempo y de la eventualidad de la ocurrencia de ciertos fenómenos. Cuando no se conocían las actuales sofisticaciones tecnológicas Carora, en general, y el barrio Torellas, en particular, tuvieron o contaron con ciertos sonidos que desvelaban o anunciaban determinados acontecimientos y/o daban una certeza del transcurrir del tiempo. El “recorrido” del Astro Rey, desde luego marcaba la pauta general para demarcar el tiempo.

         Las generaciones anteriores debieron estar más pendientes de los sonidos de su entorno. El canto de los gallos, muy común en los solares torrelleros, anunciaban la llegada de un nuevo día. Cantaban a las cinco de la mañana. No había iglesia con un alta reloj.  No eran abundantes los relojes mecánicos y aún no se  conocían los relojes con alarmas. Desde 1948, Nicanor Graterol encendía su Radio Violeta a las 06 am. Para rezar el Rosario y anunciar sus arepas mata-peón y demás comidas. Lo volvía hacer a las 04 de la tarde. Las carretas de los arrieros pasaban a las 06 am. Los más antiguos siguen creyendo que tales carretas eran unos “espantos”. Desde la década del veinte la Planta Eléctrica de Carora hacía sonar una sirena a las 07 am. El ruido vibratorio de sus motores generadores era una especie de “cortina musical” permanente en un vasto perímetro de la ciudad. Algunos afirman que cuando llovía las vibraciones se sentían con mayor intensidad. Los habitantes cercanos a la Planta Eléctrica se acostumbraron tanto al ruido de sus motores que Emérita Ramos, La Meca, cuando hubo de mudarse a La Osa requería que su hijo Chico prendiera la moto a la para de la puerta para poder conciliar el sueño.
      Por los lados de Carorita, el funcionamiento de los motores de la Alfarería comenzaba a las 08 am. Recuerda Luis Crespo Ferrer que incluso los camiones arcilleros que cargaban en Alemán, todos sonaban igualito al volteo de Caguino Sierralta.
     El mediodía lo delataba la ausencia de sombra en el suelo de las líneas  verticales. La tarde transcurría entre curiosos eventos naturales o humanos.  A la 01,00 pm; en los yabos y curies, cantaban las chicharras.
     Durante la década del 70, por ejemplo, las madres del Torrellas estaban pendiente el paso de Tita Querales, a la 1 y 45 pm para mandar sus hijos a la escuela. El segundo turno comenzaba a las 02,00 pm. Querales pasaba fijo a esa hora escuchando la radio novela “Martín Valiente, El Ahijado de la Muerte” a todo volumen. Era frecuente escuchar entonces “muchacho es hora de que te vayas, ya van a ser las dos”.  El silencio de la tarde lo rompían una docena de burros que había en el bario. Hacia el occidente del barrio, a esa hora, se oía roznar el burro de Chiro Torres.  También a esa misma hora los “curies lloran de dolor,  como dice una canción del desierto. Los caroreños de los años 60 y  80 sabían que eran las 04 de la tarde por que llegaba el avión de Avensa al aeropuerto de La Greda.  Cuando una curiosa formación de patos guirirí atravesaba el cielo torrellero en dirección hacia Los Caños eran las  05 de la tarde.   Una bandada de loros (otros dicen que eran cotorras) viajando en dirección sur-norte marcaban las 06 de la tarde. Los muchachos del Torrellas cuando jugaban beisbol en las playas adyacente al Morere, tenían un parámetro para la jornada caimanera. No eran los inningns, sino el paso de tales loros. Aunque Frank Montes dice que no eran loros ni cotorras sino pericos. En toda la tarde llegaban las chuchubas anunciando agua o llamando a sus parejas.
      Entre la décadas de los 20 y los 50 del siglo pasado, los caroreños se encerraban en sus respectivos hogares cuando en la Iglesia san Juan  sonaba una campanada en un tono muy tétrico. Eran los tiempos cuando aún salía La Llorona  otros espantos. Decía el viejo  Juan Ramón Ramos que aquel campanazo le erizaba la piel al más pintao. “Esa campana parecía que la tocara el mismo Diablo…” Efectiva forma de control social. En los años 50 tal campanada, menos tétrica, fue mudada para las 09,00 de la noche.

            Hubo también sonidos muy parciales, reducidos a ciertas áreas de la comunidad o solo audibles en determinadas épocas del año. La celebración del Mes de María, en la casa de Doña Pura, por ejemplo, tenía su propio horario.  Rafael Lozada, El Moruche, llegaba a La Benéfica a las 07 de la mañana. Su llegada la precedía el ruido del golpeteo de un pote de jugo con su garrote que le reponía frecuentemente Jesús Mogollón. Viajaba entre Carora y el caserío Moruche golpeando un potecito que originalmente fue un desecho. A las 04 de la tarde, en los años 70  80, caminaba por la calles Vale Víctor Rojas, pregonando su pena: “ay, ay, Requena me tiene la plata. Ay; dame la plata Requena…” A finales de los 50 se instaló por los lados de La Chimpolera un taller de herrería de Miguel Medina e Inmaculado. Algunos sexagenarios acuciosos recuerdan el ruido característico de un esmeril de fabricación casera de este  herrero  que vino de Los Andes. Muy cerca de allí salía un sonido que delataba el trabajo carpintero de Peyo Pernalete. En horas de la tarde ya estaban listos los muebles, las urnas o el escaparate.  Los muchachos que rondan los sesenta años de edad recuerdan el golpeteo sincronizado de las hilanderas en la casa de Juan de Jota Crespo.
        Y en las  enmudecidas madrugadas era frecuente, sobre todo el Semana Santa y el mes de  Mayo, se escuchaba llorar a la penitente  Llorona. Los más antiguos escuchaban pasar una carreta que salía de donde hoy vive el Dr. Leopoldo Navas, atravesaba el Torrellas, y se perdía por los lados de la Huerta de las Flores. Hasta hace tres décadas  por la Barranca de la Muerte oían  gruñir una puerca. Era un espanto. Y que le salió al finado Naro Ramos. Se perdía cuando llegaba a la Cruz de Palomares, en El Socorro. A diferencia  de los sectores más viejos de la ciudad; en Pueblo Nuevo no se escuchó la bulla que hacen las ánimas en pena y tiene plata enterrada. Si hubiesen aparecido quizá los comunistas creyentes, expertos haciendo zanjas en los campos petroleros, la hubiesen desenterrado.
     Era la Carora de relojes escasos, de espantos abundantes, de distancias “distantes” y salía el Diablo. Nadie hablaba mal de los ricos ni de derechos humanos, pero no había homicidios ni atracos… Nadie, pero absolutamente nadie, profanaba una tumba quitándole el metal para venderlo. Parece que hace falta un poco de miedo.