Mayo en El Torrellas

Entramos en el mes de Mayo, mes de las flores, sin que casi nadie recuerde las celebraciones religiosas que en casa de Doña Pura Barrios de Graterol tenían lugar durante todo el quinto mes del calendario.


     En esa casona, ubicada en la calle Monagas entre las avenidas Torrellas y la Avenida El Cementerio,  centro de irradiación  de la fe católica en el barrio Torrellas, se preparaban a los niños para el Segundo Sacramento de la fe católica.  Durante el mes de mayo se celebraba el Mes de María, La Virgen.  Era todo un acontecimiento realmente festivo. Siempre los más bellos representábamos a algún personaje importante de la familia cristiana y para ello los muchachos debían  usar la respectiva indumentaria.  Doña Pura era la encargada  del orden, la disciplina y la ceremonia al interior de la casa.  En las afueras el orden público era competencia del Oficial de Seguridad Enrique Duno, con manopla y garrote en mano y una cara de arrecho, como un policía gomero.

         Todo allí estaba planificado y cronometrado como en un guión de una obra teatral.  Todo sucedía de acuerdo  a un inalterable guión que Nicanor y Doña Pura dirigían a través de un metalenguaje religioso.  Había un momento para la apertura, un momento para el responso y la letanía que solo Rosa Crespo de Mendoza conocía de memoria y sin chuleta. Las campanas grandes y las campañillas de oficio las tocaba Nicanor con una solemnidad de militar prusiano.   En esta faena Nicanor y Doña Pura eran asistidos por Juan de Jota Crespo con su inconfundible tono de voz y por un piadoso cristiano, Antonio (Toño) Pernalete, que casi nadie le conocía el nombre, pero que los muchachos de entonces lo recordamos “caminando” penitentemente arrodillado desde la entrada hasta el altar.  Acompañaba además a Juan de Jota con el violín y la guitarra.

   Todo estaba decorado para la ocasión. De manera permanente aquella casa estaba decorada con tapices de Ángeles, arcángeles y santos.  En mayo se reforzaba con vistosos afiches y decoraciones multicolores para producir vistosidad.

    La mayoría de los muchachos acudían por gusto o por prescripción paternal. El mes de María estaba concebido para ser  atractivo a jóvenes y niños.  No era una rezadora monótona y aburrida como casi todos esos oficios destinados a ganar simpatía o indulgencia  en la corte celestial.   Otros, una escasa minoría de chiriguares acudían a la celebración  con el único propósito  de comerse gratuita y clandestinamente las conservas, confites y cambures pasaos que en un apartado rincón había puesto al sereno Chiquín.  Un sagrado respeto, rayano con  el miedo, infundía esa enlutada y “macondiana” mujer llamada Librada. ¡El torrellero de mas de cuarenta años que diga que no recuerda a Librada sencillamente está enfermo. Su figura era sencillamente inolvidable ¡

         Todos los buenos muchachos  de El Torrellas hicimos la Primera Comunión bien en casa de Doña Pura, en Fe y Alegría o en la Iglesia Coromoto.  Sin embargo, a finales de los años 50, solo un torrellero se encontraba sin cumplir con el sacramente de la Comunión: Tarsicio Camacho.   No hubo medio, argumento ni promesa que Doña Pura no hubiese empleado para convencerlo de la necesidad  de hacer la Primera Comunión. Y desde aquella fecha  hasta su muerte Doña Pura lo llamó con el hipocorístico de “Tarsicio: el niño perdido y hallado en el templo”. Pura Barrios temía a que su vecino “caminara por la senda del mal”, pero no fue así. Tarsicio Camacho fue el único torrellero que no hizo la Primera Comunión que salió bueno. Hizo la Primera Comunión ya viejo. Hoy vive en Caracas, está jubilado y tiene plata.

         La “ceremonia” de mayo era transmitida por los altoparlantes de la Radio Violeta y  virtualmente los hogares  podían así incorporarse a la celebración mariana.  Como cosa curiosa los vecinos más próximos a Doña Pura (por ser protestantes, pero muy honorables) pasaban por alto aquella festividad.

     El fin del mes, es decir el 31 de mayo, era ansiosamente esperado por casi toda la  barriada.  Al terminar la oración final la celebración se tornaba un tanto seglar y pagana. La gente se disponía  a esperar el Toro e candela, los ratones, los fuegos de artificio, morteros y cohetes multicolores.  El fuego y las luces estallaban en cualquier tramo de la calle Monagas o en la Torrellas. Todo era algarabía  y un desborde de locura. 

     No faltaba quien sufriera la reprimenda “policial” de Enrique Duno, un verdadero agente de la cordura, cuando alguien pretendía romper el “orden” y la disciplina. Ciento veintidós kilogramos de pólvora eran quemados ese día para anunciar el cierre de la jornada mariana. Ese último día del mes de las Flores, desde la  sede-cuna del colegio  Fe y Alegría  volaban por el cielo nocturno  chorros de luces en medio de las explosiones de cohetes y morteros. Se lanzaba al aire perfumado de pólvora  un colorido globo de candela, hecho con papel celofán y veraras, que los suaves vientos alisios  lo llevaban  a iluminar las almas taciturnas  en las inmensos playones de la Otra Banda. En La Publilimpia, La Majada, y en todo el antiguo Departamento de La Boca esperaban pasar el globo lanzado por Nicanor para echarse a dormir. ¿Cuánto campesinos ingenuos no pensarían que aquello era un platillo volador de los que en El Diario acusaba a verse visto el periodista Jesús Vásquez Romero, recientemente fallecido?

      El Mes de Mayo trató de recuperarlo, Pedro Mogollón, el heredero del matrimonio Graterol-Barrios, pero solo pudo sostenerlo por muy poco tiempo. A este pecador le faltó la fe que le sobraba a Doña Pura. Hoy la vieja casa que una vez fue centro de irradiación de la fe cristiana es casi una ruina. Hemos olvidado la fe…