Los Sonidos del Torrellas

 Las sociedades humanas echan mano a todo tipo de elemento natural o artefacto cultural para hacer más fácil la existencia. Sobre esta ambición o necesidad se edificó la cultura del confort en Occidente. En la Carora de ayer, y en Pueblo Nuevo o El Torrellas, sus habitantes recurrían a fenómenos naturales o prácticas y costumbres de algunos de sus conterráneos para ubicarse interpretar el medio que los rodea, para tener una noción muy aproximada del transcurrir del tiempo y de la eventualidad de la ocurrencia de ciertos fenómenos. Cuando no se conocían las actuales sofisticaciones tecnológicas Carora, en general, y el barrio Torellas, en particular, tuvieron o contaron con ciertos sonidos que desvelaban o anunciaban determinados acontecimientos y/o daban una certeza del transcurrir del tiempo. El “recorrido” del Astro Rey, desde luego marcaba la pauta general para demarcar el tiempo.

         Las generaciones anteriores debieron estar más pendientes de los sonidos de su entorno. El canto de los gallos, muy común en los solares torrelleros, anunciaban la llegada de un nuevo día. Cantaban a las cinco de la mañana. No había iglesia con un alta reloj.  No eran abundantes los relojes mecánicos y aún no se  conocían los relojes con alarmas. Desde 1948, Nicanor Graterol encendía su Radio Violeta a las 06 am. Para rezar el Rosario y anunciar sus arepas mata-peón y demás comidas. Lo volvía hacer a las 04 de la tarde. Las carretas de los arrieros pasaban a las 06 am. Los más antiguos siguen creyendo que tales carretas eran unos “espantos”. Desde la década del veinte la Planta Eléctrica de Carora hacía sonar una sirena a las 07 am. El ruido vibratorio de sus motores generadores era una especie de “cortina musical” permanente en un vasto perímetro de la ciudad. Algunos afirman que cuando llovía las vibraciones se sentían con mayor intensidad. Los habitantes cercanos a la Planta Eléctrica se acostumbraron tanto al ruido de sus motores que Emérita Ramos, La Meca, cuando hubo de mudarse a La Osa requería que su hijo Chico prendiera la moto a la para de la puerta para poder conciliar el sueño.
      Por los lados de Carorita, el funcionamiento de los motores de la Alfarería comenzaba a las 08 am. Recuerda Luis Crespo Ferrer que incluso los camiones arcilleros que cargaban en Alemán, todos sonaban igualito al volteo de Caguino Sierralta.
     El mediodía lo delataba la ausencia de sombra en el suelo de las líneas  verticales. La tarde transcurría entre curiosos eventos naturales o humanos.  A la 01,00 pm; en los yabos y curies, cantaban las chicharras.
     Durante la década del 70, por ejemplo, las madres del Torrellas estaban pendiente el paso de Tita Querales, a la 1 y 45 pm para mandar sus hijos a la escuela. El segundo turno comenzaba a las 02,00 pm. Querales pasaba fijo a esa hora escuchando la radio novela “Martín Valiente, El Ahijado de la Muerte” a todo volumen. Era frecuente escuchar entonces “muchacho es hora de que te vayas, ya van a ser las dos”.  El silencio de la tarde lo rompían una docena de burros que había en el bario. Hacia el occidente del barrio, a esa hora, se oía roznar el burro de Chiro Torres.  También a esa misma hora los “curies lloran de dolor,  como dice una canción del desierto. Los caroreños de los años 60 y  80 sabían que eran las 04 de la tarde por que llegaba el avión de Avensa al aeropuerto de La Greda.  Cuando una curiosa formación de patos guirirí atravesaba el cielo torrellero en dirección hacia Los Caños eran las  05 de la tarde.   Una bandada de loros (otros dicen que eran cotorras) viajando en dirección sur-norte marcaban las 06 de la tarde. Los muchachos del Torrellas cuando jugaban beisbol en las playas adyacente al Morere, tenían un parámetro para la jornada caimanera. No eran los inningns, sino el paso de tales loros. Aunque Frank Montes dice que no eran loros ni cotorras sino pericos. En toda la tarde llegaban las chuchubas anunciando agua o llamando a sus parejas.
      Entre la décadas de los 20 y los 50 del siglo pasado, los caroreños se encerraban en sus respectivos hogares cuando en la Iglesia san Juan  sonaba una campanada en un tono muy tétrico. Eran los tiempos cuando aún salía La Llorona  otros espantos. Decía el viejo  Juan Ramón Ramos que aquel campanazo le erizaba la piel al más pintao. “Esa campana parecía que la tocara el mismo Diablo…” Efectiva forma de control social. En los años 50 tal campanada, menos tétrica, fue mudada para las 09,00 de la noche.

            Hubo también sonidos muy parciales, reducidos a ciertas áreas de la comunidad o solo audibles en determinadas épocas del año. La celebración del Mes de María, en la casa de Doña Pura, por ejemplo, tenía su propio horario.  Rafael Lozada, El Moruche, llegaba a La Benéfica a las 07 de la mañana. Su llegada la precedía el ruido del golpeteo de un pote de jugo con su garrote que le reponía frecuentemente Jesús Mogollón. Viajaba entre Carora y el caserío Moruche golpeando un potecito que originalmente fue un desecho. A las 04 de la tarde, en los años 70  80, caminaba por la calles Vale Víctor Rojas, pregonando su pena: “ay, ay, Requena me tiene la plata. Ay; dame la plata Requena…” A finales de los 50 se instaló por los lados de La Chimpolera un taller de herrería de Miguel Medina e Inmaculado. Algunos sexagenarios acuciosos recuerdan el ruido característico de un esmeril de fabricación casera de este  herrero  que vino de Los Andes. Muy cerca de allí salía un sonido que delataba el trabajo carpintero de Peyo Pernalete. En horas de la tarde ya estaban listos los muebles, las urnas o el escaparate.  Los muchachos que rondan los sesenta años de edad recuerdan el golpeteo sincronizado de las hilanderas en la casa de Juan de Jota Crespo.
        Y en las  enmudecidas madrugadas era frecuente, sobre todo el Semana Santa y el mes de  Mayo, se escuchaba llorar a la penitente  Llorona. Los más antiguos escuchaban pasar una carreta que salía de donde hoy vive el Dr. Leopoldo Navas, atravesaba el Torrellas, y se perdía por los lados de la Huerta de las Flores. Hasta hace tres décadas  por la Barranca de la Muerte oían  gruñir una puerca. Era un espanto. Y que le salió al finado Naro Ramos. Se perdía cuando llegaba a la Cruz de Palomares, en El Socorro. A diferencia  de los sectores más viejos de la ciudad; en Pueblo Nuevo no se escuchó la bulla que hacen las ánimas en pena y tiene plata enterrada. Si hubiesen aparecido quizá los comunistas creyentes, expertos haciendo zanjas en los campos petroleros, la hubiesen desenterrado.
     Era la Carora de relojes escasos, de espantos abundantes, de distancias “distantes” y salía el Diablo. Nadie hablaba mal de los ricos ni de derechos humanos, pero no había homicidios ni atracos… Nadie, pero absolutamente nadie, profanaba una tumba quitándole el metal para venderlo. Parece que hace falta un poco de miedo.

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