La Cucaña Maracucha

Los torrelleros de la primera y segunda generación asimilaron en los campos petroleros zulianos las costumbres, usos y valores de los maracuchos. Pudiéramos decir, incluso, que el Torrellas es el barrio más grande de Maracaibo sin que ello sea un recurso literarario.   No por azar, en nuestro barrio se escuchan desde hace mucho, las gaitas, sus habitantes son albolarios,  dan  lustre exagerado a los zapatos, la afición al beisbol y el “comunismo” etc., son “cosas” que están sembradas en el alma del barrio.
           
Así entonces, a mediados de los años setenta y a principios de la década posterior, en el Torrellas se disfrutó de un extraño, curioso y muy divertido juego popular: la Cucaña Maracucha.  Esta es una versión mecanizada de la antigua Cucaña Española que cobró  vida al llegar la metalurgia y los rodamientos. Fue un híbrido lúdico que surgió en los campos petroleros. En 1968, Honorio Túa, empresario culinario y  muy distinguido caroreño, montó la primera  cucaña maracucha. Son tres alargados triángulos multicolores, de rodamientos  independientes conectados mediante un tubo,  en cuyo extremo suele colocarse el premio o una  bandera que lo representa.
           
Esa primera cucaña estuvo instalada en un espacio vacío que estaba al lado del salón de lectura de la avenida  El Cementerio. El premio era la bicoca de 20 bolívares (de los viejos), excentos de inflación y devaluación. Eran los tiempos en que había vainas que costaban una locha como las arepas “mata-peón” de Nicanor Graterol. Al premio en metálico se le sumaba un “aditivo” también muy cotizado en el barrio: el derecho a comer dulce de leche durante  un mes en la refresquería de Emilia Túa, descrito por algunos como el dulce de leche más sabroso del mundo, pues era hecho con la hoy desaparecida leche Klim.
Con el tiempo, al esfuerzo de organizar aquel entretenimiento se sumaron los hermanos Cesarito y Eustaquio “Taco -Taco” Castillo. El acontecimiento, que era todo un espectáculo, el premio se le fue abultando: un almuerzo en el restaurant “Las Palmitas” y una caja de maltas, donada por Víctor  “El Cobre Dulce” Madrid, dueño de Bar El Pegón. Ramonzote Pernalete, Gonzalo “El Cachete” García, Mónico Bastidas y Vencho Serrano, éste últimos propietario de Bodega El Cometa, se sumaron con 10 bolívares por cabeza. Ya eran 60 bolos los que conquistaba el ganador, y esto motivaba a participar. Quienes decidían competir, debían antes anotarse en una lista que manejaba Pablo Martínez (hijo). Martínez tenía la potestad de decir quién abría la competencia. El propio Honorio Túa narraba  las incidencias por la que atravesaban los competidores, asistido técnicamente por Mele-Mele Madrid. Aquello era indescriptible con palabras. Honorio tenía  una muy característica forma de hablar. Su voz tenía un  tono  parkinsoniano.  Cuando un zagaletón  empezaba a necear el aparato de sonido, Honorio lo miraba con recelo, y decía en tono de advertencia: “¡doscientos voltios, doscientos voltios...!”;  advertencia que por lo demás   era innecesaria. Esos aparatos viejos siempre pegaban corriente.  Y dice Omar Perozo que, “la corriente de antes era más arrecha, era más fuerte. Las cosas de antes eran mejores...” Nos indica el periodista Jesús Vásquez Romero, el encargado de reseñar la actividad en El Diario de Don Antonio, que siendo un tripón, Carlos Mogollón jorungando el ya anticuado para el tiempo aparato de sonido del señor Túa, recibió una fuerte descarga.  Desde entonces, Mogollón  sintió una profunda curiosidad por la electricidad.

            La cucaña se fue mudando de estancia. Se colocó diagonal a la casa de  los Castillo, el terreno donde Taco - Taco guardaba los autobuses, y luego  en La Benéfica de Chus Mogollón,  para luego mudarse de nuevo a las inmediaciones de la Esquina de la Mano de Dios, conocida como El Pegón.

Los Torrelleros aún recuerdan a  los eternos e indiscutibles ganadores de la cucaña: Luisito, El Viruta, Carucí, “El Morrocoy” de Miquela y Pedro “La Yuca” Mogollón.  Eran auténticos equilibristas, pues, lograban traspasar los tres triángulos colocados sobre seis rolineras en un trayecto aéreo de cuatro metros. Honorio Túa y los otros organizadores debieron acordar con Pedro Mogollón que podía montar la cucaña, pero sólo en calidad de instructor y/o demostrador. Y no era para menos. En la última época cucañera de Pedro Mogollón el premio era la mitad  de un salario mínimo mensual, o a veces más.

La cucaña era apenas una de las tantas disciplinas de competencia que Honorio Túa, Taco-Taco y Cesarito Castillo organizaban en el marco de las Fiestas de San Juan Bautista de la época de oro de la economía nacional. Como ésta, existían otras competencias, de las cuales les hablaremos en otra entrega de nuestros Pergaminos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un Saludo.
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