El chino que detuvo el tiempo

Ocurren fenómenos extrasensoriales que sacuden cualquier  andamiaje epistemológico por muy sólido que éste sea. Los grandes magos, ilusionistas y videntes, en honor a la verdad, ponen en  aprietos a los hombres de ciencias.   Quizás por ello es que vale Domo Riera decidió declararse comunista exotérico, sin que ello implique una contradicción conceptual y gnoseológica ni una falta de coherencia intelectual.

            Hoy vamos a referirnos a uno de esos tantos fenómenos macondianos que han tenido lugar en Carora que resultan casi familiares para la mayoría de los caroreños, pero muy extraños a los de afuera.

Cuenta Gabriel García Márquez que cuando los gitanos, con Melquíades, el alquimista, a la cabeza; llegaron a Macondo; muchas casas se vinieron al suelo en virtud de que los imanes que llevaron ejercieran una atracción tal sobre los clavos que unían las maderas de las casas que se desprendieron las madera.   Desde luego esto no deja de ser una hipérbole de la literatura fantástica,  pero lo que sí no es cuento fue lo que sucedió en Carora allá por el año de 1.934.

Para aquel año vino a Carora un prestigioso mago que andaba de gira por todo el país. El mago Chang que venía, como lo revela su “apellido”, del país de Confucio.  Se presentó en el teatro Salamanca.

Su actuación había sido anunciada para las siete de la noche. Pero Chang “no llegó” a esa hora sino una hora después.  El público estaba molesto, inquieto y enardecido por la impuntualidad y la irresponsabilidad del mago y de los responsables del evento, muy posiblemente, Gonzalo González que era empresario emprendedor de entonces.

Pero aquí fue donde se lució el mago y hasta hoy los viejos de muy avanzada edad siguen con la interrogante sobre lo que realmente sucedió aquella noche en el Teatro Salamanca. Chang preguntó al público enardecido  cual era la razón de su protesta. Los mal exigentes le respondieron que tenían más de una hora esperando se diera inicio al espectáculo por el cual estaban pagando. El mago dijo que la función estaba pautada para las siete de la noche  y, según él  eran precisamente  las siete de la noche, que no había tal retraso y en consecuencia no deberían estar molestos. “Como van hacer las siete  p.m. si tenemos aquí una hora esperando” gritaban los más exaltados.  Entonces el mago Chang los conminó a mirar la hora en sus propios  relojes. Los más posicionados sacaron sus leontinas de números romanos (no se conocían aún los relojes Cucu, ni los precisos Victorinock que décadas después se exhibirán en Jade) y observaron que todos aquellos curiosos aparatos marcaban las siete  en punto, o las “siete clavadas” como decía la Radio Carora..
¿Magia, ilusión, hinopsis colectiva?    No sabemos, pero los viejos, más viejos (que pueden ser embusteros, pero no mentirosos) cuentan esta crónica con una certeza tal que no hay espacio para la duda.

Los extremos se juntan dice un viejo adagio. Será por ello que Domingo Octavio Riera, ante la duda razonable que plantean casos como el del mago Chang a la ciencia y al materialismo; decidió una posición curiosamente exclética: marxista y exotérico.

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