PAGADORES DE PROMESAS

 Cuando aún en Venezuela la fe se había convertido en un negocio de algunos “avispados”; cuando aún no se había descubierto que el temor al Diablo era una buena excusa para vender escapularios (J. M. Serrat dixit) era posible encontrar noticias de esos creyentes excepcionales que, como los primeros cruzados,  acometían verdaderas hazañas humanas en nombre de su fe y de su creencia religiosa.  Cada día son más escasos esa especie de cruzados tropicales de la fe que  pagan alguna promesa a la Virgen, a la María Lienza, al Dr. José Gregorio Hernández o a cualquier otro milagrero del camino.  No incluimos al Hermano           Domingo Antonio Sánchez porque este es un santo de la era automovilística y “acepta” promesas menos sacrificadas.

      Lamentablemente  como hoy en Venezuela el Dinero es un Dios y la fe está muy maltratada y relegada a un segundo plano, ya no se ven milagros;  y en consecuencia escasean también  los pagadores de promesas.  La fe mueve montañas, pero hay que pagar” es una expresión muy extendida en el país que delata  el peaje que debe pagar la fé en los centros de atención espiritual.


      El pasado domingo, veinticinco de de febrero, estuvo de paso por  nuestra levítica ciudad un extraño y curioso personaje que se ha dado en conocer con el nombre de El Nazareno.   El quizás el último cruzado tropical de la fe en Cristo. Viste una túnica morada  y carga literalmente una gran cruz (que al decir de Fran Montes, está por comprobarse si no es de cañaflote), cual  Jesús de Nazaret.   Alguno de nosotros lo hemos visto caminar por la carretera centroocicental en su peripecia religiosa.  En Carora es amigo y correligionario de Don Ruperto Meléndez, conocido empresario de los repuestos usados, creyente excepcional y hombre muy rico.  Ruperto también ha pagado promesa.  Ha caminado desde esta ciudad áspera y brava hasta la capital de la República.

         En Carora ya nadie parece recordar la hazaña humana realizada por el más extraordinario pagador de promesa: la de Dimas El Caminante.  No fue posible encontrar en la memoria colectiva de la ciudad el apellido y datos personales de este humilde “goajiro” que caminó desde Castillete, en el extremo nor-occidental de la geografía nacional, hasta la ciudad de los techos rojos pagando una promesa al Siervo de Dios, Dr. José Gregorio Hernández.

  Dimas El Caminante, hoy casi olvidado, estuvo en Carora allá por la cuaresma de 1.967 cuando se  dirigía hacia la Capital del país pagando una promesa en ocasión de la recuperación de la vista de su esposa recluida, sin esperanza alguna, en un centro hospitalario de aquella ciudad.    La esposa de este corpulento cristiano que los caroreños vagamente recuerdan su rostro “aguajirado”, había perdido la visión.  Era la época en que estábamos muy lejos de contar con la Misión Milagro ni tampoco se contaban con los médicos cubanos.  Aquella pareja, de escasos recursos económicos,  no tuvo otra opción que encomendarse a la intervención sobrenatural del médico de los pobres.  Y estando el Sr. Dimas en Maracaibo el milagro sucedió: su amada esposa recuperó la visión.  Enterado el esposo, de inmediato emprendió la caminata que lo haría famoso y que casi le costó la vida.  Sin más equipaje que su ropa, su fe y su voluntad inquebrantable Dimas emprendió su travesía como aquellos  primeros cristianos que acompañaron la empresa de Urbano II hacia los Santos Lugares.

    En la capital las cámaras de Radio Caracas Televisión esperaban a este devoto para dar el tubazo. Desde que inició su travesía este personaje se hizo noticia.  Los periódicos reseñaban su periplo y la gente buscaba la prensa para hacerle seguimiento a su caminata.  En todos los pueblos la gente salía a suladarle; a darle alguna cosa que pudiera servirle a aquel humilde hombre desde palabras de aliento y estímulo hasta un puñito de monedas de que aún tenían poder adquisitivo. En Carora muchos padres incluso dejaron a sus hijos menores en casa sólo por la “necesidad” de ir a conocer aquel hombre que pagaba una promesa.

      Al llegar al hospital donde estaba recluida su esposa y había acontecido aquel hecho sobrenatural, frente  a las cámaras de Radio Caracas Televisión, Dimas El Caminante cayó desfallecido, desmayado, por el agotamiento por aquella dura faena. Como el posta griego de Maratón, el cuerpo de Dimas estaba vivo solo por la fuerza que emana del interior. Aquella caminata era contraria a toda prescripción médica. Lo mantenía vivo el deseo de cumplir su cometido.  Recibe  atención médica y al día siguiente su foto y la de su esposa son noticia en los principales periódicos del país hasta que la dialéctica periodística los hizo “periódico de ayer”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La inexistencia de comentarios es muestra viva de la carencia de fe; Dios alimente con agua viva la fe de un pueblo creyente solamente de lo que conviene