EL PALON ENCEBADO DE EL TORRELLAS

En el pergamino anterior nos referimos a la Cucaña Maracucha en el barrio Torrellas. La Cucaña fue un artefacto de la jodedera que Honorio Túa trajo desde Mene Grande. Nos enteramos  de que nuestro Ramón José Mosquera, popularmente conocido como Mon El Sordo, se molestó por que no hicimos mención a su trabajo de montar la cucaña o más precisamente, de enterrar los soportes del artefacto. Al consultar al respecto con el cronista de la cotidianidad, Frank Egidio Montes, nos precisó que era cierto y que Mon también era el que enterraba el palo encebado; y agregó que el pobre Mon ya no entierra el palo por que está muy débil para el trabajo rudo.

    Respecto al Palo Encebado tenemos que acotar que esta diversión tiene su origen en las festividades romanas que nos llegó a nosotros por medio de España. El Palo  Encebado, a diferencia de la Cucaña Maracucha, como ya asomamos es de vieja data en Carora, pero se popularizó con las festividades patronales organizadas por Honorio Túa y los hermanos Castillo. Con éstos el Palo Encebado adquirió  el carácter de un espectáculo y de fiesta popular. La historia oral caroreña nos da noticias de varias jornadas del Palo Encebado en El Torrellas, a  mediados de los años cincuenta. Estuvo organizado por  Víctor Camacho y sus hermanos.  Por aquella época, recuerdan los caroreños más antiguos, el campeón del Palo Encebado resultaba ser el ya desaparecido Guido Mendoza. El premio para la época era de Diez a quince bolívares pre inflación.
   En los años setenta, de esa cuerdita de muchachos de las inmediaciones de El Pegón  (hoy casi cincuentones) el único que  conocía la historia del mitológico y fabuloso Atlas griego era Franklin Piña sin embargo los otros conocieron “su Atlas” de carne y hueso, tan fuerte como el Titán griego condenado por Zeuz aunque un poco más rústico  y mortal: Nane Martínez. A este caballero de la fuerza lo recuerdan los torrelleros como un muchacho capaz de soportar en sus hombros una escalera humana de diez muchachos en su afán de arrancarle el premio al Palo Encebado que como un desafío a la fuerza y al ingenio les ponía Honorio Túa. Dicen algunos testigos “Nane era un coño arrecho…”.  Por la altura del palo de Honorio era menester armar un equipo para poder conquistar el premio que solía colocarse en la copita del erecto madero cilíndrico. El Palo Encebado de los tiempos dorados del bochinche tenía una altura de diez metros.

    El Palo Encebado era un “deporte” popular solo reservado a los más audaces y valerosos. Cualquiera de los participantes, estuviera en cualquiera de las posiciones de la escalera humana debía aferrarse a un madera resbaladizo y viscoso que había sido embadurnado no ya con sebo sino con grasa bituminosa. Ya se participara solo o en equipo uno tenía que llegar al extremo superior del palo teniendo la viscosidad y la gravedad en contra.

     Para intentar ganar el premio era válido formar equipos. El primer “peldaño” de la escalera humana debía ser lo suficientemente fuerte y resistente para soportar todo “el edificio”  compuesto por hasta diez hombres. Todos debían aferrarse al palo para que no se derribara toda esa estructura humana.

     Todo eso resultaba en un auténtico espectáculo.  Presenciar los cientos de intentos fallidos de una media docena de hombres en su afan de ganar era una divertida  tensión. El equipo ganador recibía tres premios: 1) la satisfacción personal que te permite decir “yo puedo, yo pude; lo logré. 2) los cálidos y efusivos aplausos de un público crispado de grasa y que apuesta a que te caigas; y 3) el premio en metálico siempre atractivo, porque los torrelleros para la jodedera siempre tienen plata.
       Subir al palo encebado y sostenerse en él  y arracar el premio era harto difícil, arrechísimo. La lista de los multicampeones del Palo encebado es  si se quiere restringida: Guido Mendoza, el primer campeón; William El Catalejo Torbello; los Crespo de Miquela; y el tricampeón Pedro La Yuca Mogollón. Este último también  campeón de la ultima Cucaña.

    Tanto La Cucaña como el Palo Encebado, en su clímax adrenalínico, desaparecieron con la muerte de Honorio Túa. Armando Ferrer Ayala les prolongó la agonía para desaparecer en los años tardíos de los noventa.

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