Entre el Génesis y El Apocalipsis

Desde que se apagó la luz divina del Medioevo, el hombre occidental ha vivido deslumbrado por el resplandor del dinero y ello la ha impedido ver otras muchas cosas realmente maravillosas.  El dinero hoy en día ocupa ese legar sagrado que entre en la Edad Media estaba reservado únicamente a Dios.  Muy al contrario de lo que afirmaba la Historiografía tradicional; esa etapa de la Humanidad que corre entre los siglos VII y XIV, conocida con el nombre de Edad Media, fue muy prolija en la creación de artefactos culturales  muchos de los cuales aún sobreviven en los tiempo actuales como el aseo personal y las normas de cortesía.

            Por ser una época en que Dios ocupaba el centro de la existencia humana, los textos sagrados eran objeto de una profundo y minucioso análisis.  Esto era necesario para darle sentido y operatividad a la existencia humana. El infierno, el pecado y el mal que hoy simplemente podemos despachar con un “eso no existe” tenía un profundo significado para el hombre medieval. Eran conceptos que tenían sentido y operatividad dentro de la cosmogonía en la que estaban inmersos desde  el siervo de la gleba, el señor feudal y el sacerdote.

            No fueron pocos los eruditos que se dedicaron a comprender la Historia desde una perspectiva teológica (la única posible, por cierto).  El punto más alto de este esfuerzo intelectual lo constituye  sin dudas  la filosofía escolástica con  Anselmo de Cantérbury y Tomás de Aquino a la cabeza entre otros.

             Los textos sagrados fueron escudriñados en sus más profundas implicaciones. A la Biblia y a otros textos sagrados “se le hizo hablar” como gusta decir al profesor Luís Mora Santana.  Un dato muy curioso que en nuestros días quizás sea objeto de burla y risa  es que para los eruditos medievales el mundo  tuvo una fecha muy precisa de creación. Según ellos y basados en las Escrituras Dios creó la Tierra a la nueve de la mañana del Veintiséis de octubre del año 4.004 antes de Cristo. Y esto era una “verdad” que se enseñaba en el pleno siglo XVII en la Universidad de Cambridge y que era compartida por los hombres más sabios de la época.   De manera  que para los teólogos y eruditos del Medioevo aquel acontecimiento cuando Dios dijo “hágase la luz” tuvo lugar en aquella precisa fecha.   Es importante resaltar que para el hombre medieval el año 4.004 antes de Cristo era un fecha muy, pero muy remota; casi inimaginable.

      En el otro extremo de la Biblia encontramos el Apocalipsis cuya autoría se le atribuye al anciano  Juan de Patmos y en donde se plasma  el fin del mundo de una manera catastrófica. Según  el anciano visionario el fin mundo colapsaría por efecto de una gran inundación. Pero aquí San Juan no precisa ninguna cronología sino que refiere con la vaga e imprecisa frase “ en los últimos tiempos”.

            Ahora; llama poderosamente la atención que tanto el Apocalipsis, la ciencia   moderna y el libro sagrado de los Mayas afirman que la destrucción de la humanidad será por efecto de una inundación de dimensiones planetarias. Para los climatólogos modernos el efecto invernadero, al derretir las masas de hielos glaciares elevará el nivel de los mares con las consecuentes inundaciones catastróficas.  Este fin de mundo también tiene una fecha muy precisa, pero no en la Biblia sino en otro texto sagrado; en el Popul Vuh, el libro sagrado de la Mayas.  Según este texto la destrucción del mundo, la gran inundación, sobrevendrá en una fecha cercana: a las diez de la mañana del 21 de Diciembre del año 2012.  Para los mayas en esa precisa fecha se cerrará el quinto ciclo de la humanidad.  En esto la ciencia moderna pareciera avalar la premonición maya. Según los astrónomos modernos para esa fecha se producirá una alineación muy particular entre nuestro planeta, el sol y Martes que solo se produce  cada de decena de miles de años.

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