ENCERRADA EN LOS SABORES

Nuestra ciudad de Carora es una cantera de historias que bien pudieran incluirse en lo que llaman Literatura fantástica.  Si bien es cierto que desde el indolente Portugal contemporáneo, el escritor José Saramago pudo concebir una visión pesimista y cruel de la ceguera humana (aunque no propiamente la visual); Carora pudiera ofrecer elementos antropológicos para formarse uno una visón menos dolorosa y hasta optimista de la ceguera..

      En la Carora de mediados  del siglo XX aún pervivían elementos culturales de la sociedad colonial de marcada influencia hispana.  Entre ellos las relaciones de clientela al estilo romano. Por aquella época era común que un Pater Familia acogiera en el seno de su hogar a alguna persona con las  cual no se tenían vínculos consanguíneos ni jurídicos. Así entonces; Don Antonio Castillo,  próspero mayorista del queso, oriundo de Río Tocuyo, padre del Escritor Gerardo Castillo, se llevó cuando era aun una tripona (Beto Sánchez, dixit) a Carmencita Marchán “para que no estuviera de sagaletona en Río Tocuyo” y trabajara en Carora.  El domingo 25 de mayo de 1952 Carmen llegó a la antigua casona de la Familia Riera Montes de Oca, calle Ramón Pompilio Oropeza,  donde vivía Don Antonio con Doña  Josefina Riera Montes de Oca. Originalmente venía a jayerear al niño Gerardo  Antonio, pero en virtud de lo pesado que era el tripón, Carmen prefirió atender las labores de la cocina donde llegó a adquirir inestimables conocimientos, secretos y habilidades.

         Carmen Marchán era hija del pantagruélico Pedro Marchán, padre además de Pedrito, El Enano del Roble, de María y de Petra Marchán.

        Esta mujer que Don Gerardo la recuerda como de un metro ochenta de estatura trascurriría su vida entre el ambiente de los sabores, el ambiente de los sabores y  el de los hedores en que se solía separar las casonas coloniales. Por una enfermedad hereditaria Carmen Marchán fue perdiendo lenta pero progresivamente la vista. Se le colocaron unos culo e´botella pero con resultados muy precarios. Hasta fue tratada por el mejor oftalmólogo de Colombia  sin resultados positivos. Ya casi a los cincuenta años de edad, aproximadamente, esta mujer había perdida la capacidad de ver. Pero potenció sus facultades auditivas, táctiles y gustativas. Como el personaje de la Novela El Perfume  aprendió a conocer a las personas, las cosas y animales solo por el olor, la textura y/el sabor. Era tan fina que podía diferenciar entre maíz amarillo y maíz pelao; entre una papa y una batata. Algunos dicen que después de quedar totalmente ciega su comida  le quedaba aún más sabrosa.  Para condimentar las comida Carmen preferiblemente empleaba el limón que ellas misma seleccionada de un limonero al fondo del solar.  Su comida siempre estaba en su punto tanto en el sabor, en el aroma como en la temperatura.

      Esta cocinera extraordinaria que prolongó la tradición que a Carora trajo Juana Torralba había conocido y siguió, después de su ceguera, los utensilios, cubiertos, frutos, condimentos, etc a través del olfato, el tacto, el oído y el gusto. Pero más aún Carmen Marchán podía “adivinar” cuando un muchacho descalzo y caminando a hurtadillas tenía intenciones de llegarle por detrás para asustarla.

                Preparaba las comidas incluso mejor que muchas de las mejores cocineras “de las de allá abajo” que tenían los ojos sanos y completos. Algunos sibaritas recuerdan con nostalgia su Salpicón de  Higado, la Carne Majada en sus varias presentaciones, la Ensalada de Papas Marchán, y la Resbaladera Tipo Teresa Ramos.  En ninguno de los tres ambientes sensoriales de aquella vieja casona Carmen Marchán requería ayuda ajena. Solo para ir a la misa de San Juan se le veía acompaña de la buena “Catalina la de las Alcalde Perera”.

    Gran aficionada a oír radio, la Niña Carmen solía escuchar largas horas de radio. Escuchó religiosamente todas y cada uno de los  emocionantes capítulos de Martín Valiente, El Ahijado de la Muerte. Esta cocinera extraordinaria abandonó este mundo el 11 de diciembre  de 1993.

Dijo Fortunato Hernández al escuchar esta historia  “y hay mujeres con las manos buenas y los ojos enteritos y no preparan ni un huevo frito…” Que vaina…                                                                                 

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