La Muerte Huyó en la Sombra

 Desde tiempos inmemoriales el hombre ha procurado conservar la juventud por siempre o de espantar la muerte. Los mitos de la antigüedad son una muestra de esa inquietud. Los alquimistas de la Edad Media casi enloquecían buscando el elixir de la eterna juventud. Recientemente un grupo de científicos de la Universidad de Mc Master, Ontario, Canadá, afirman haber dado con el elixir de la eterna juventud. La receta contiene, entre otros ingredientes, ácido fólico, vitaminas В1, С, D y E, ácido acetilsalicílico, β-caroteno, ajo, raíz de jengibre, ginkgo ginseng, extracto de té verde, magnesio, melatonina, potasio, aceite de hígado de bacalao y aceite de lino. Los investigadores afirman que la mezcla permite resistir el factor clave del envejecimiento: el deterioro físico y mental.  Esto es una muestra más de la preocupación de los humanos por vencer la vejez y la muerte misma.

       Las sociedades colectivamente y los hombres han “inventado” ciertos artilugios para conservar la juventud y alejar la muerte. Para ello Fausto hipotecó onerosamente su alma al Diablo. Dorían Gray logro que un admirador suyo lo pintara para que su cuerpo conservara su juventud mientras los achaques se depositaban en su retrato. Lo logró parcialmente.

En Carora y sus alrededores existió la creencia que de quien daba prestada su urna o su hueco en el cementerio alejaba la muerte un unos cuantos años.  Valga decir que era antaño era costumbre tener una urna en casa por  si acaso. Incluso hubo maestros distinguidos en la elaboración de urna como Sergio Torres y Raimundo Pernelete; sus ataúdes daban al difunto y a sus familiares distinción y categoría social. Cuando aún no se había establecido el pavoso negocio de las funerarias, esa costumbre preventiva subsistió hasta que llegó Fabián Lucena. Don Eduardo Mosquera no solo tenía la urna en su casa sino además las velas, el pañuelo blanco, los candelabros, las imágenes y demás coroticos de la parafernalia mortuoria. Incluso dejo tres cajas de Cocuy a Eduardito para dejar todo listo. En la actualidad, muy famosa es la urna de Marconi González que esta puliiita, amueblada  y con almohadas y todo. Provoca hasta morirse dice Beto Sánchez.

En las zonas rurales de Lara y Falcón aún subsisten muchas costumbres desaparecidas en Carora y en las ciudades. En La Sombra, un caserío escondido en las serranías de la parroquia Purureche Municipio Democracia  del estado Falcón, colindante con nuestro municipio. La Sombra dista de Carora, según el ganadero Chulalo Gutiérrez, a tres cajas de cervezas en veranos, y  a seis o siete, en lluvia; si es que hay paso actualmente viven 23 hombres y 19 mujeres. Los objetos y demás cosas se mueven solos como si existiesen seretones. Hace aproximadamente unos catorce años vivió una mujer que vivió 131 años según los moradores por haber dado prestada su urna más de diez veces. Es que La Sombra es tan lejos de todo que la gente toma sus previsiones y generalmente tienen una urna por si acaso.

En La Sombra vivió y murió María Engracia Pereira, cuyos datos expresados en la cédula de identidad deben ser falseados. Familiarmente se le conocía como “La Mamaría”. Allí aún vive una hija suya, Ana, que debe pasar los cien años de edad. Cuando María Engracia Pereira llegó a los setenta años mando a comprar una urna y desde los años cincuenta hasta que murió  allá por 1994 debió haber dada prestada su urna más de una docena de veces. Una vez sepultada el difunto los familiares del mismo reponían la  urna a su propietaria original. Según los supersticiosos y los moradores de La Sombra esa es la razón de la larga vida de María Engracia Pereira. Pero no solo esta mujer vivió trece décadas sino que le fueron desapareciendo las arrugas, le nacieron nuevamente dientes de leche, le salió pelo y hasta se le quitaron los achaques propios de la tercera (o quinta?) edad. Tenía una hija de 72 años que lucía incluso más vieja que ella.

Y los más curioso; digno de un programa de esos de Porfirio Torres, “Nuestro Insólito Universo” desde que murió María Engracia, en La Sombra no ha muerta nadie más. Allí el cementerio está oxidado. Su espacio parece más bien el cementerio que Andrés Eloy Blanco refiere en unos de sus más conmovedores poemas. En La Sombra todos sus escasos habitantes adultos parecen tener la misma edad. Pero ya casi ninguno de ellos aspira a vivir la añamentazón que vivió aquella mujer que le robó casi cuatro décadas a la muerte.

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